- "[...] Since you've been such an inspiration for people around... Wow, man! You just ran into a big pile of dogshit!"
- "It happens."
- "What? Shit?"
- "Sometimes."
("Forrest Gump")

viernes, 20 de mayo de 2011

Simpleza voluntaria o the beauty of downsizing


Uf, esto es terrible, desde que recuperé mi brazo derecho (no, no se me había perdido, sólo me dolía mucho) me digo que tengo que ponerme a postear, y a responder a todos vuestros comentarios atrasados, porque aunque suene a falso, lo cierto es que veo lo de escribir un blog como un diálogo, aunque sea en diferido, entre los lectores y la que suscribe. Nunca me ha gustado hablar sola. Y bueno, con todo el apoyo que me estáis dando desde que empezó la merde,  tendría como mínimo que poneros a todos un piso en la Gran Vía y mandaros un cheque.  Pero soy pobre (mucho), no me llega ni para poneros un saco de dormir en la acampada de indignados, necesito el poco dinero que me queda para pagarme mis tubos de Voltarén y mi chocolate, y esto de tener cáncer es un curro a tiempo completo.  Nunca he visto ni he sido vista por tantos médicos en mi vida. Y cuando vuelvo a casa, no me queda carburante escritor. Espero que esto pase y me ponga al día. Entretanto, y como sé que todos llevamos dentro una comadre, por una vez hago una excepción, me doy al bajo exhibicionismo que caracteriza la vida en la Red y os regalo un pedacito de intimidad: una foto mía. Esto lo he aprendido de Telecinco: si andas a falta de contenido, dales cotilleo. De todas maneras, ya sabéis mucho más de mí de lo que es prudente o de buen gusto.

Los que nunca me habíais visto la faz, no vayáis a escribirme comentarios tocahuevos del estilo "eres mucho más horrenda-gorda-morena-orejona de lo que me imaginaba". En lo tocante a las caras y cuerpos ajenos la imaginación siempre supera a la realidad, y un escritor, así como un buen locutor de radio, no debería mostrar jamás fotos suyas al público. Mi Santa Madre tampoco me imaginaba así, pero el día del parto la pobre tuvo que conformarse con lo que le tocó.

No, esta foto no anuncia la quimio, mi tumor aún no ha vuelto de sus vacaciones en Florida. Creo que a las chicas de la Fundación quebequesa del cáncer de mama les parecerá bien este gesto solidario, porque mi lustrosa melena :-) les jodía bastante (cito textualmente). Aunque las posibilidades de que me sacudan una quimio son bastante escasas, en lo que respecta al pelo he decidido que prefiero despedirlo antes de que dimita.

Todo cambia con el tiempo, yo también. Ya lo cantaba Bowie: "Changes: turn, and face the strain."

PD: (Los gobiernos también pueden cambiar. No les votéis. Yo no lo haré.)

miércoles, 11 de mayo de 2011

Have tumor, will travel


-"Chère Madame Toquero..."  llama suavemente Mentsch Surgeon, asomando sonriente por detrás de mi silla en la sala de espera y poniendo muy ligeramente la mano en mi hombro, para luego hacer un gesto invitándome a pasar a su despacho. Mentsch Surgeon es así, le gustan esos toques de clase como salir él mismo a la sala de espera a buscar a sus pacientes, en lugar de mandar a una enfermera que vocifere mi nombre con una pronunciación tan deformada que rara vez lo reconozco. Mentsch Surgeon incluso se molesta en pronunciarlo cuidadosamente, en su primera consulta me hizo repetirlo varias veces y lo practicó hasta dominarlo. Sospecho que hasta se lo anotó en alfabeto fonético en una esquina de mi historial, bendito sea.

Este hombre también sabe dosificar con un tiento inigualable lo personal (como ese "chère" -"querida"-) y lo formal (el "madame"). El arte de tratar rigurosamente de usted al interlocutor y que no sólo no suene frío, sino que resulte cálido y amistoso, un arte casi perdido que ya casi nadie conoce, salvo contados caballeros como el profesor Lesage y este muy humano cirujano y oncólogo. (A los amigos médicos que leen esto -y hay unos cuantos-, algo que puede refrescarles esos lejanos cursos de etiqueta en la atención primaria al paciente: un par de gestos minúsculos dicen montones de cosas de un médico.)

Mentsch Surgeon saluda, Paciente Impaciente le presenta a los refuerzos (hoy viene escoltada por monsieur M.), se intercambian apretones de manos y el doc indica el acostumbrado camisón de hospital. Otro de esos detalles llenos de tacto que lo caracterizan: sale del despacho. La mayoría de médicos ante los que he tenido que desfilar en topless durante el último año me dejaban como mucho un momento de intimidad detrás de un biombo para desvestirme. Algunos (normalmente los más cretinos) ni siquiera eso: se limitaban a seguir hablando y hablando. El hecho de desnudarme delante de un  desconocido no es algo que en sí mismo atente particularmente contra mi sentido del pudor. Mi sentido del pudor curiosamente no tiene mucho que ver con la desnudez, hay cosas que lo irritan mucho más. Pero algo en el gesto de mostrarse sin ropa ante una persona que uno no ha elegido lo vuelve bastante vulnerable, cuando no lo humilla directamente.

Curioso, lo de la ropa. Sea la que sea, unos vaqueros viejos o un traje de Armani, parece ser lo que nos confiere una gran parte de nuestra humanidad. Sin ella, no somos más que tristes mamíferos pelones y rosaditos. Tiene más que ver con la dignidad que con la decencia, al menos en mi forma de verla. Mentsch Surgeon parece ser consciente de estas cosas, y da un momento más que suficiente para que una se arregle el camisón y se siente en la camilla, y luego llama a la puerta de su propio despacho y espera a que le diga que entre. Innecesario, dirán los más ibéricos de los lectores, sobre todo porque en breves momentos va a palparme los pechos con desenvoltura profesional. Respetuoso, digo yo. Y eso crea toda una diferencia.

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Cuando el doc entra, examina a Paciente Impaciente y se declara encantado de la cicatrización y de cómo ha recuperado la movilidad del brazo. Encantado, especialmente porque la paciente anterior a ella, una mujer joven en plena quimioterapia, ha salido de su consulta apoyándose pesadamente en su marido, que lloraba sin intentar ocultarlo. Paciente Impaciente sospecha que Mentsch Surgeon se deja los casos con pronóstico más optimista para el final de la jornada, por la cosa de irse a casa y no tener que beberse dos botellas de brandy, supone. Y lo entiende perfectamente. Y le encanta ser un caso con pronóstico optimista. Tras cerrarse el camisón y contar a Mentsch Surgeon que el yoga combinado con la fisioterapia ha hecho maravillas con su cuerda de guitarra linfática, Paciente Impaciente señala con un gesto la bolsa de papel azul que ha dejado encima de la mesa.

-"Sus honorarios, doc. Mis míticas galletas de cranberries y avena, y una docena de Chocolate Cherry Coma Cookies."

Mentsch Surgeon: -"Oh! Goodie!" (Él es así, mezcla nerdismos monumentales con expresiones como de chaval de diez años.) -"Estupendo, aún no había tenido tiempo de comer. Gracias."

Monsieur M., que hasta ahora estaba sentado modosito y silencioso en una silla para los acompañantes, no puede reprimirse y suelta: -"Si no le gustan, o es usted alérgico, yo puedo hacer un sacrificio y llevármelas al trabajo."

Mentsch Surgeon suelta una risilla: -"Ni lo piense." A continuación se sienta, nos mira y se pone serio. -"Ahora hablemos de lo que le espera."

Paciente Impaciente: -"¿Próximo capítulo... radioterapia?"

Mentsch Surgeon: -"Sí, eso seguro. El tejido que rodeaba al tumor ha dado negativo, pero la radioterapia va a ser necesaria."

Paciente Impaciente, respirando hondo: -"¿Y la quimio? ¿Empiezo a mirar pelucas?"

Mentsch Surgeon: -"Si tuviera usted ochenta años, le diría que no. Pero a su edad, estoy seguro de que los tres queremos que pueda vivir los próximos 45 o 50 años de su vida sin tener otro cáncer." Monsieur M. y Paciente Impaciente asienten. Pausa.   -"Por otra parte, ya sabe que la quimioterapia no es exactamente un paseo por el parque, y que los efectos secundarios a largo plazo tampoco son algo muy deseable. No me apetece sacudirle a usted una si no le ofrece ventajas apreciables, e... ¿imagino que usted está de acuerdo?" Nuevo asentimiento. Nueva pausa. -"Lo que le propongo es que antes de tomar una decisión enviemos una muestra de su tumor a analizar más exhaustivamente. Estos análisis son experimentales, pero han demostrado resultados muy válidos en cuanto al poder de predicción de nuevas recaídas, de la proliferación y de índices de agresividad del cáncer que hasta ahora no eran mensurables. Aún no se hacen en Canadá. Tendremos que mandar la muestra de tejido primero a Boston, y luego a Florida."

Una parte absurda del cerebro de Paciente Impaciente le trae de golpe a la memoria "Tú a Boston y yo a California". Otra se preocupa súbitamente de lo que el doc va a decir a continuación, de que sea algo así como: "Estas pruebas experimentales cuestan la friolera de..."

Mentsch Surgeon: -"Estas pruebas experimentales están cubiertas por la sanidad pública canadiense." Monsieur M. y yo respiramos al unísono, aliviados. Cirujano Humano sigue: -"Pero como la muestra de tejido tumoral se encuentra en el primer hospital en el que la operaron a usted, va a haber un poco de papeleo para que la transfieran."

Paciente Impaciente: -"Creía que ya la habían enviado aquí para que le echara usted un vistazo."

Mentsch Surgeon: -"Así es.  Pero cuando terminamos, tuvimos que mandarla de vuelta. Puede parecerle extraño, pero los patólogos son curiosamente posesivos con sus muestras." Sonrisa divertida.

Paciente Impaciente no puede aguantarse la inconveniencia: -"Uhm, técnicamente, la muestra es mía. Yo soy la madre de la criatura."

Mentsch Surgeon, aguantándose un poco la risa: -"Y tiene usted razón. De hecho, va a tener que firmarme dos formularios de autorización antes de irse." Agita un par de hojas en la mano y me las tiende, junto con un bolígrafo.

Paciente Impaciente: -"Me parece curioso, todo lo que se pasea este pedacito de mi persona. Y ahora Boston, Florida... viaja más que yo." Meditabunda, firma los impresos: -"Have tumor, will travel."

lunes, 9 de mayo de 2011

Diez razones para el júbilo

A todos los que me leéis exclusivamente por los toquecillos de ironía o por mis recetas, hoy no estáis de suerte. Leed otra cosa, el periódico, abrid vuestra página de Facebook, abrid un libro, aprovechad para poneros al día con un capítulo de "Mad Men".

A los demás, guardaos el cinismo en el fondo del cajón del escritorio antes de leer esto, es una orden. A continuación, dadle al "Play" de este vídeo antes de continuar leyendo, es otra orden. Si no os gusta recibir órdenes, no sé qué diablos hacéis leyendo esto, leeros el Marca, o lo que sea. Si os parece que hoy me he puesto hortera y sentimental, me chupa un pie y los ganglios linfáticos que me quedan.


Diez razones para el júbilo inmediato hoy, lunes, un soleado 9 de mayo en Montreal:

1. Al fin es primavera en Quebec, maldita sea. Es oficial, el lilo del parterre está brotando hojas (y atisbos de flores) como loco. En general, todos los arces de mi calle andan expeliendo verde como locos.

2. Doña Marmota ha vuelto. No sé cómo lo ha hecho, pero ha conseguido excavarse otra madriguera a pesar de que los obreros que cambiaron la escalera de casa rellenaron la anterior con cemento. Teniendo en cuenta de que eso quiere decir que la mitad del parterre va a estar hueca dentro de poco, llena de galerías subterráneas, se supone que en mi calidad de copropietaria de la barraca montrealesa debería preocuparme. Pero cuando he visto la boca del túnel abierta casi en el mismo sitio de siempre, como cada primavera, he sonreído. Y ni siquiera sigo consumiendo morfina.

3. Hace un sol glorioso que permite tomar un té y leer el capítulo de novela correspondiente sentada en el balancín del patio junto a Alfonso.

4. Mis galletas de avena y cranberries (receta dentro de poco en sus pantallas, en el Sirope). Acompañan estupendamente al sol, la novela, el balancín, el té y a Alfonso.

5. Bach. Acompaña maravillosamente casi todo en esta vida, incluyendo este post y lo ya mencionado.

6. Los brotecillos de mis semilleros. Pese a que Julieta se sienta abundantemente encima, estas plantitas parecen llenas de determinación para mantenerse vivas. Me recuerdan a alguien. Bueno, me recuerdan a bastante gente que conozco.

7. Monsieur M. y su habilidad para levantarse, duchar y desplazar su nórdico corpachón, desayunar y salir , todo ello sin hacer ningún ruido, y permitirme así seguir aplicando mi tratamiento preferido, según la señora Hernández: la marmoterapia.

8. Las novelas cutres y entretenidísimas de Charlaine Harris, excelentes en el balancín... ya sabéis.

9. El último retoño de la inmensa camada de niños de mi vecina, que a pesar de tener un patio trasero e incontables hermanos y hermanas con los que jugar, se pasa la vida en el porche delantero, mirando fascinado mis idas y venidas del súper, del hospital, con un par de inmensos ojos color chocolate y un dedo en la boca. Y que se niega furiosamente a saludarme cuando agito la mano. Su madre lo reprende cuando anda cerca, pero a mí esa pertinacia hace que el enano me caiga fenomenal.

10. Ya puedo levantar el brazo derecho a 180 grados, prácticamente sin dolor (apenas una tirantez molesta, y un resto de esa cuerda que da bastante grima). Me ha costado mis tirones, e innumerables repeticiones de ejercicios y rechinar de dientes, pero ha funcionado.


Mañana veo a Mentsch Surgeon y me cuenta lo que me espera (quimio sí, quimio no, etc., etc.). No sé si en mi caso es realmente una razón para el júbilo, pero en el suyo probablemente sí. Le llevo galletas.

viernes, 6 de mayo de 2011

Drugstore Cowgirl

Paciente Impaciente sale del hospital de una de las numerosas citas médicas que iluminan sus días y entra a una farmacia de la cadena Jean Coutu. Las farmacias en Canadá siguen el modelo del drugstore americano: son supermercados enormes en los que se encuentra desde helado hasta anticogelante, pasando por las consabidas aspirinas y cosméticos y un surtido impresionante de chocolates y patatas fritas (substancias terapéuticas donde las haya). También tienen un mostrador y un farmacéutico al que hay que pedirle los medicamentos que requieren receta médica, pero la diferencia con las farmacias españolas es que uno no se ve obligado a pedirle en voz alta delante de un par de abuelas con mirada censuradora los condones a sabor de frutas, con espermicida y rugosidades picaronas. Paciente Impaciente recuerda a un buen amigo que en sus años mozos el pobre lo pasaba tan mal que a menudo entraba a por condones y salía con un cepillo de dientes extraduro. 

Paciente Impaciente se pasea lentamente por los pasillos de la farmacia y se compra:

1. Dos paquetes de tres bragas cada uno (talla pequeña, corte biquini, breve plegaria para que aún entre en ellas), 95% de algodón, 5% de elastán, de colores rosa fucsia, azul eléctrico y negro. Las bragas rosas para las citas con el oncólogo, piensa, por lo simbólico y por darles un toque optimista, las azules para la radioterapia (por lo eléctricas) y las negras, tan sobrias ellas, tan zen, para las clases de yoga. No se compra los sujetadores que van a juego porque en estos últimos tiempos ella sólo se muestra en público en topless. En un momento de delirio, Paciente Impaciente se sorprende imaginando bragas con mensajes impresos en la zona púbica. Si bien es cierto que en el trasero ella dispone de espacio publicitario abundante, en oncología mamaria los camisones del hospital se atan por delante, por lo que el espacio púbico (público) impondría brevedad y síntesis: "Soy una persona". "Tengo un CI de 156". "No vote conservador". O "Tonto el que lo lea", por poner algunos ejemplos. Paciente Impaciente imagina durante un momento mensajes comerciales, y le parece bastante turbador ("Beba Coca-Cola"). 

2. Un paquete de trufas Godiva (también de talla pequeña) y uno de pretzels Snyder's recubiertos de chocolate negro (talla grande, gran descubrimiento). Momento de duda culpable sobre la talla correcta de las bragas.

3. Un aparato de vibromasaje "Vibragel" inalámbrico y recargable, de forma un tanto ambigüa. Según lo que dice la caja, es perfecto para relajar los músculos cervicales y los trapecios tensos. A Paciente Impaciente le parece poco ergonómico para aliviar cualquier otro tipo de tensiones, pero cada uno se entretiene como quiere.

4. El último número de la revista "Better Homes & Gardens", especial huertos orgánicos, en el que se explica con detalle cómo eliminar parásitos de las tomateras sin utilizar pesticidas químicos.

5. Un tubo de crema Voltarén de 150 gramos.

En la caja Paciente Impaciente observa al joven e imberbe cajero de la farmacia mientras éste mete su compra en una bolsa, y le da por pensar en la imagen que proyectan sus adquisiciones: el señor que espera detrás de ella en la cola las mira con cierto interés, probablemente pensando que ella claramente no tiene ninguna vida sexual, como lo prueban la ropa interior anodina que usa y el hecho de que practique la jardinería como pasatiempo antes de los setenta años, que compensa la falta de sexo con una ingestión desmedida de chocolate y que padece de una tendinitis debida a una práctica excesiva de la autosatisfacción, que en lo sucesivo ejercerá con aparatos eléctricos. Paciente Impaciente siente un  poco de calor en la cara y considera volverse hacia el señor de la cola y explicarle que ella vive felizmente en pareja, que tiene un cáncer de mama cuya convalecencia le ha dejado una cuerda de guitarra en el brazo y los músculos de los hombros y los omoplatos hechos un nudo marinero, y que siente un amor desatado por el chocolate y las verduras cultivadas en casa. Lo piensa mejor, se calla, paga y sale de la farmacia comiendo una trufa.