- "[...] Since you've been such an inspiration for people around... Wow, man! You just ran into a big pile of dogshit!"
- "It happens."
- "What? Shit?"
- "Sometimes."
("Forrest Gump")

miércoles, 10 de agosto de 2011

¿Fin?


Paciente Impaciente se levanta, se ducha, desayuna, se viste y sólo el esfuerzo de estas cuatro actividades le hace sentirse como si hubiera hecho una hora de jogging. Sale a la calle. La tormenta y la lluvia torrencial de la noche pasada han lavado las aceras. Hace calor. Uno de esos días deslumbrantes de agosto, con los contornos de las cosas recortados contra el cielo azulísimo de manera casi dolorosamente nítida, una temperatura de pleno verano y las cigarras que cantan ensordecedoras en los árboles del barrio. No obstante, se adivina un fondo de aire fresco que indica de manera inequívoca que el verano de Quebec toca a su fin en un par de semanas.

Paciente Impaciente toma el metro, lee su novela durante el trayecto, camina las dos manzanas que la separan del hospital, entra en el ala de medicina nuclear y escanea su tarjeta de paciente provista de un código de barras. Saluda a la recepcionista (que la llama por su nombre), a dos enfermeras (que la reconocen y le sonríen) y se va al vestuario. Coge un camisón azul de hospital de la estantería llena de camisones limpios, entra en una cabina, se quita la blusa (el sujetador hace semanas que ha entrado en la categoría de prendas imposibles de llevar) pero conserva la falda, se pone el camisón, ata las cintas a su espalda con destreza producto de la práctica y entra a la salita de espera. Saluda a las tres mujeres y a los dos hombres que esperan todos los días a la misma hora que ella, y comentan el tiempo de espera de hoy. No está mal: Paciente Impaciente escucha su nombre al de un cuarto de hora, apenas un capítulo de novela. Saluda a la radióloga por su nombre de pila, comentan el calor y la tormenta de anoche, entra en la sala de tratamiento. Se desata el camisón sin esperar a que se lo pidan, se acuesta en la camilla y coloca ella misma los brazos en los estribos. Los técnicos la colocan en menos de cinco minutos, haciendo bromas sobre lo profesional que es Paciente Impaciente a estas alturas. Paciente Impaciente responde con sus bromas habituales ("Chicos, podéis iros a tomar un café, dejadme el mando a distancia y ya me encargo yo sola.")  Una vez colocada y medida, le colocan encima del pecho la lámina de gel protector que absorbe una parte de las radiaciones y la dejan sola en la sala. La máquina emite un pitido durante unos minutos, durante los cuales Paciente Impaciente se mantiene muy quietecita e intenta no llenarse por completo los pulmones tomando pequeñas respiraciones, para evitar lo más posible cualquier movimiento pronunciado de la caja torácica, tal y como le enseñaron el primer día. Los radiólogos entran de nuevo en la sala, le quitan la lámina protectora, le tienden el camisón, Paciente Impaciente se lo pone, les saluda, se intercambian unos apretones de manos, sale, saluda a los demás pacientes, más apretones de manos, algunos besos, entra de nuevo en la cabina del vestuario, se unta el pecho a conciencia con crema, se pone la blusa, se atusa el pelo y sale. Por el camino lanza el camisón en la cesta de la ropa sucia. Saluda a la recepcionista, le hace un par de preguntas, anota un par de citas en su agenda, y se despide.

Paciente Impaciente sale por la puerta principal del hospital, sorteando pacientes en sillas de ruedas y familias preocupadas hablando por teléfono. Frunce los ojos ante el sol brillante de agosto. Se detiene un momento para buscar las gafas de sol en el bolso, se las pone, respira, sonríe de oreja a oreja y echa a andar hacia el metro sin mirar atrás, el corazón ligero y los pies de plomo. Todo ello por última vez.

Sube lentamente por la calle Côte-des-Neiges, se cruza con un par de mujeres vestidas en saris brillantes que empujan sendas sillas de bebé. Un grupo de adolescentes provistas de toallas espera ruidosamente al autobús que les llevará a la piscina. Mientras camina, organiza un poco el principio del resto de su vida. No demasiado, siempre hay que dejar algo para la improvisación. Y las sorpresas.

lunes, 1 de agosto de 2011

Cartas a la señora Hernández (XII): Sonrisas y libros

Sorprendente señora Hernández:

Hoy salía de casa semi-corriendo (o todo lo corriendo de lo que soy capaz últimamente durante esta radiofritura, que es más bien poco), cuando that good ol'fella, el cartero de Postes Canada, me ha entregado en mano un paquete. Lo he hundido en el bolso y lo he abierto en la sala de espera de radioterapia, ante miradas llenas de curiosidad. Y como he sonreído abundantemente al ver el ejemplar de "84 Charing Cross Road", y las damas que esperan conmigo están ávidas de que les hablen de cualquier otra cosa que no tenga que ver con el cáncer, les he hecho un breve resumen de quién es usted, de cómo nos conocimos y de nuestra amistad epistolar. He intentado retratarla de manera que le haga justicia, pero cinco minutos no dan para todos esos matices que le confieren a usted tanto encanto. Aún así, tengo que decirle que ha habido muchos "ohs" y "ahs", y muchas más sonrisas, y reminiscencias de buenas y viejas amistades, en esa sala de espera, entre esas cinco mujeres en camisón de hospital.

Durante un momento, Rosanna D'Abruzzi, inmigrante italiana, no estaba en una sala de espera de medicina nuclear de un hospital montrealés: estaba de vuelta en la playa de su juventud, en la costa amalfitana, mirando a los ragazzi por encima de las gafas de sol con su amiga Luisa. Nicole nos ha contado lo de aquella amiga parisina con la que se carteó durante once años, once, antes de ir a visitarla (su primera vez en Europa) y Lupe (la otra, la panameña) me ha hablado de su amiga Pureza (Purita) con la que se escribe fielmente desde que se vino a vivir a Canadá.

No sólo me ha enviado un libro que probablemente adoraré y que me ha reconfortado e infundido nuevos ánimos y nueva convicción de que el mundo cuenta con gente buena (¿cómo demonios ha hecho para que me lo manden tan rápido?), sino que ha proporcionado un rato de vacaciones mentales a unas cuantas mujeres dans la merde.

La abraza con entusiasmo,

Arantza

PD: (Esto no quedará así, insisto. Prometo aturdirla con mi hospitalidad cuando venga a visitarme con el señor alto -o incluso sin él-, pero entretanto, déme un tiempo para recuperarme, le voy a preparar un paquete de cosméticos caseros y orgánicos que va a hacer la envidia general. Y eso porque no quiero sabotearla la dieta, que si no iba a ver usted.)

PD2: (Monsieur M. no está celoso, pero sí vagamente inquieto: afirma que si usted y yo tenemos tanto en común quizá no sea muy conveniente que un día nos encontremos en el mismo lado del Atlántico, podríamos causar un tsunami, o invertir el campo magnético de la Tierra, o desplazar una placa tectónica con nuestro carisma :-).

viernes, 29 de julio de 2011

Cartas a la señora Hernández (XI): Sonrisas, lágrimas y cilantro.

Asombrosa señora Hernández:

Lee usted con una celeridad pasmosa. Yo acabo de leer en el metro de vuelta a casa desde el Jewish Hospital el pasaje en el que John Booker, el sirviente de Lord Tobias Penn-Piers (el que mandó cargar su yate para huir de Inglaterra con todas sus pinturas, antigüedades, cubertería de plata y Lady Tobias, si aún quedaba sitio :-) se hace pasar por su patrón ante los oficiales alemanes. Y me he reído mucho. Me estoy reprimiendo para no tragármelo de golpe, lo leo sólo en el hospital y en el metro, para que dure. Normalmente cuando un libro me gusta tanto me da una gula lectora similar a la suya, pero este libro es cortito y la semana empieza a ser durilla. Así que lo dosifico como si fuera un medicamento, porque un libro que provoca sonrisas violentas en cada página me va a venir muy bien en los próximos días.

Hoy me ha caído encima el cansancio radioactivo. Así de golpe, sin previo aviso. Esta mañana me he despertado preguntándome quién me había rellenado los huesos con plomo durante la noche. El trayecto de ida y vuelta al metro (4 minutos a pie, a paso tranquilo) se me ha hecho eterno. Así como cada tramo de escaleras. Normalmente subo esas escaleras de dos en dos. Hoy hasta la escalera mecánica se me antojaba agotadora a mí, que en mi estado normal soy capaz de una respetable hora de jogging cuatro veces por semana. Tiene usted razón, señora  la sensación es tan repentina que una va andando por la calle y de repente se pondría a chillar "rápido, que alguien me acerque un sofá".

Además, una de mis compañeras de fatigas (nunca mejor dicho), Maureen, una señora negra de unos sesenta y tantos elegantísimos, con un perfil de emperatriz africana, unos brazos y unas piernas largos y estilizados y un pelo cortísimo con rizos plateados, acaba de encontrarse otro bulto en el OTRO pecho. Y la pobre estaba a una semana de terminar el tratamiento. Esa noticia, y saber que ayer pasé más rápido que de costumbre porque la paciente que normalmente iba delante de mí (una quebequesa calladita y tímida, muy sonriente) ha muerto, (no me lo han dicho las radiólogas, que son siempre todo sonrisas y ánimos, sino las demás mujeres que coinciden conmigo en la sala de espera) me ha dado bajón. Sé que mi cáncer es mínimo y poco malvado, así que no temo por mí. Pero me ha podido un poco ver que gente que estaba a punto de superarlo... ya sabe.

He llegado a casa cansadísima y gruñona, y cuando Monsieur M. me servía la ensalada de mango, cilantro, aguacate y lima que ha hecho solícito bajo mis órdenes, me he echado a llorar encima de mi cilantro picadito. Teniendo en cuenta que ésta es la segunda llorera digna de ese nombre que me da desde que me diagnosticaron el bicho, no me siento demasiado culpable de abrir el grifo.

Eah, ya pasó. Ahora me dispongo a dejarme llevar de paseo a un barrio del oeste de Montreal, Côte Saint-Luc, un barrio que aún no conozco, y vamos a ir a ver casas bonitas, uno de nuestras actividades gratuitas favoritas cuando somos demasiado pobres para hacer otras cosas. Tengo ganas de salir de casa, del hospital, de ver gente por la calle andando en bici y comiendo helados, gente que no está enferma. Si tuviera dinero, tomaría un jet privado con mi quebequés de marido y le haría una visita relámpago este fin de semana. Y le exigiría que me lleve a la playa y a comer cosas en terracitas. Como por el momento no puedo, me he contentado con seguir su recomendación y buscar "84 Charing Cross Road", de Helen Hanff, y no hay manera. No parece existir en formato electrónico. Iría a la biblioteca, pero ahora mismo sólo de pensarlo me parece como emprender una expedición al Kilimanjaro.

Teniéndola en la más alta estima, la abraza,

Madame.

PD: (No tiene nada que ver, pero esta semana esquilamos a Julieta. La pobre tiene tanto pelo que estaba muriéndose de calor, por no hablar de las bolas de pelo que escupía en los peores momentos en los sitios más inoportunos. Ahora parece un cordero que ha sido atacado por una podadora. Es difícil mirarla sin una mezcla de compasión y risa floja.)

PD2: (Yo no creo en los signos, señora, bueno, los veo, pero me otorgo los derechos de autor, sé que son creación propia y no de un Ser Supremo, pero hoy, día tristón donde los haya, he visto dos que me han levantado un poco el ánimo: una nueva paciente muy simpática, panameña, en los jóvenes cuarenta, que se ha presentado como... adivine, sí... ¡Lupe! :-), y una chica en el metro que miraba fijamente mi libro de Guernsey y al final no ha podido reprimir una sonrisa enorme y me ha dicho: -"Ooooh, I LOVED that book, it's soooo good". Las dos hemos charloteado un poco hasta su parada, en esa complicidad instantánea de gente que adora el mismo libro. Me he dicho que todo no va tan mal si me tropiezo con unas cuantas Lupes aquí y allá.)

miércoles, 27 de julio de 2011

Cartas a la señora Hernández (X): Fry, fry away.

Querida señora Hernández:

Me alegro de sus proyectos opositores y espero que consiga ese puesto. Yo también estoy con usted en eso de que en ciertos momentos no hay trabajo malo, aunque me desconcierta sobremanera saber que para poder optar a un puesto de conserje hay que saber hacer ecuaciones diferenciales. Me desconcierta y me desazona, porque en breve yo voy a pasar oficialmente del estatus de enferma al de parada y por lo visto no estaría capacitada para un puesto de conserjería en el estado español. Soy una chica eminentemente de letras y una minusválida matemática notoria. Y mis mates del bachillerato son algo muy, muy lejano.

Cuando he leído lo de sus esfuerzos heroicos para adelgazar, a pesar de la resistencia que oponen los supresores de hormonas salvajes que le están dando, me ha dado la impresión de que me faltaba el contexto, o de que me he perdido algo. Me explico:

a) ¿Qué quiere decir con eso de "los 30 gramos de pan" que va a probar? O hay una dieta absurda que se ha puesto de moda en España que consiste en disminuir 30 gramos del consumo diario de pan y que yo me he perdido (como muchas otras cosas, hace ya tres años que no piso la piel de toro y salvo una ojeada muy sucinta al Mundo o a El País de vez en cuando, estoy muy desconectada), o es algo mucho más sofisticado y misterioso que ignoro. Por favor, cuénteme, que estoy intrigada.

b) Por seguir con el tema del pan (y sucedáneos), me pareció leer algo en su facebook sobre que usted se ha puesto a comer biscotes sin azúcar-sin sal-sin grasa-sin pan, y lo encontré incomprensible. Nunca he comprendido los biscotes en sí mismos, y aún menos esa extraña asociación que existe en el imaginario colectivo español entre comer biscotes y adelgazar (curiosamente, ese mito no existe en este país). Los biscotes, aparte de tener una consistencia que se parece sospechosamente a la del cartón de la caja que los contiene, están hechos de harina, sal (o no) y agua, básicamente los mismos ingredientes que el pan, salvo la levadura. Un buen pan fresco (mejor si es integral) es igual o más sano e igual de calórico, e infinitamente menos sufriente. Si la idea es comer porciones controladas, creo que con pesar el pan bastaría. Si la idea es que los biscotes son tan poco apetecibles que no hay peligro de sobrepasar la ración estipulada, entonces empiezo a entenderlo, pero me parece un método de control de peso muy deprimente y poco llevadero a largo plazo. En eso coincido con usted: comer es uno de los pocos placeres de la existencia -junto con la lectura y el cine- que una puede disfrutar sola, vestida y sin depilar. La vida es demasiado corta como para pasarla masticando cartón.

Sin ánimo de darle la plasta (y eso es invariablemente el preámbulo de una plasta), porque sé que está usted rodeada de médicos infinitamente mejor documentados que yo, yo le diría que lo de la reducción calórica para adelgazar funciona hasta cierto punto, pero parece que el cuerpo, ese cabrón, termina por adaptarse y ralentizar el metabolismo, con lo que literalmente todo lo que comemos acaba engordándonos más que antes. Un truco que parece ayudar a mucha gente que conozco a mantener o perder peso (yo incluída) y que no pueden aumentar el nivel de esfuerzo del ejercicio que hacen porque no les sale de las narices, o no tienen tiempo-energía-ganas, es añadir a su rutina normal (en su caso, nadar y andar) ejercicio con peso. Pesas. Musculación, vaya. Imagino que ya sabrá todo esto, pero por si acaso le diré que es cierto que construir tejido muscular es una manera relativamente poco agotadora de aumentar el metabolismo (el tejido muscular en reposo quema más calorías). Y tiene la ventaja de que a gente como usted y como yo, a las que les han sacudido una quimio (usted) y una radioterapia (nosotras) con el aumento de posibilidades de osteoporosis que eso conlleva, les viene bien lo de hacer un poco de musculación, ayuda a mantener la densidad ósea.

Ya está, ya me callo.

Aunque ahora mismo esté agobiada por su aumento de peso y por la maldita hormonoterapia que le sabotea el adelgace, no olvide que en todas las fotos suyas que he visto no sólo no está usted en absoluto gorda, sino que me parece usted espléndidamente guapa, y que tengo ganas de conocerla en admirables carne y hueso, para poder decírselo de nuevo.

En respuesta a su mensaje le diré que mis jornadas son de una monotonía perfecta: me levanto en este calor montrealés denso, húmedo, casi masticable, desayuno, me ducho, me visto con mi camiseta y faldita veraniegas, mi capazo, mis sandalias y mis gafas de sol y me voy a mi sesión de solarium nuclear. En la sala de espera charlo un momento con mis dos compañeras de fatigas, dos señoras maravillosamente discretas y tranquilas que hacen crucigramas y leen, y que, oh albricias, me dejan leer. Las chicas que me fríen (las radiólogas son todas chicas, el guapo residente italiano que me tatuó la osa menor en el pecho está de vacaciones) lo hacen efectivamente con amor y dedicación. Y muchos rotuladores de colores, cada día salgo del hospital con una crucecita o raya nueva. Me compré un vestido espectacular para la boda de Ed (que es la semana que viene), y al final no voy a poder llevarlo porque es bastante escotado y en estos momentos mi escote parece uno de esos libros "Pinta y colorea" abandonado en una guardería y maltratado por docenas de monstruos en edad preescolar.

Por el  momento no parezco estar demasiado cansada: incluso soy capaz de seguir con el gimnasio, con lo que parece casi mi nivel de energía habitual (quizá un poco menos, pero teniendo en cuenta que mi nivel de energía habitual da bastante miedo y agota a mi prójimo más próximo, ahora me he convertido en una persona normal).  Aunque me dan ratos -o días- de parón súbito, en los que se me acaba la batería de golpe haciendo algo tan poco exigente como subir una cesta de ropa limpia del sótano (de repente me da la impresión de estar cargando con una muela de molino escaleras arriba), y me tengo que tumbar en el sofá y quedarme traspuesta cuarenta minutos, yo, la anti-siesta. Tras los cuales vuelvo a funcionar. "Escuche lo que le dice su cuerpo", me dice Radio Chica, mi joven y pecosa radiooncóloga con cara de no tener la edad legal para conducir. Yo escucho con atención, y lo único que mi cuerpo parece decirme con insistencia estos días es: -"granizado de café, granizado de café", -"helado, helado", o -"chocolate, chocolate", aunque en los días de más calor vocifera: "¡PISCINA! ¡PISCINA!".

Aún no estoy excesivamente churruscada, tengo el pecho de un sano color rojo-me-dormí-en-la-playa-haciendo-topless, así que por el momento lo que estoy encontrando más duro de la radioterapia es no poder chapuzarme en la piscina municipal en los días en los que Montreal tiene la misma temperatura que Nueva Delhi.

Me ha gustado el título de su correo, señora, me ha hecho reír tanto que se lo voy a pedir prestado como título de la próxima entrada para mi blog de tetas. Hablando de reír, y de su ingenio, estos días estoy leyendo un libro que no sólo me hace sonreír continuamente, sino que además me hace pensar todo el tiempo en usted y en esta amistad epistolar nuestra. El libro en cuestión es "La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey", de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows. Imagino que o lo ha leído ya o ha oído hablar de él, pero por si no lo ha leído aún, me permito recomendárselo. Es uno de los mejores libros que he leído últimamente -aunque en mi caso el listón estaba más bien bajo-. No sólo el tono es delicioso y el humor fino y ligero como un buen merengue, sino que es un himno a la lectura, la escritura, la buena comida y a las personas que escriben buenas cartas.

Para muestra, un fragmento de una carta del editor, admirador y buen amigo de la escritora protagonista, que escribe preocupado porque otro editor intenta hacer la corte (en más de un sentido) a la autora:

"He's after you, Juliet, no doubt about it. Shall I challenge him to a duel? He would undoubtedly kill me, so I'd rather not. My dear, I can't promise you plenty or prosperity or even butter, but you do know that you're Stephen's & Stark's -specially Stark's- most beloved author, don't you? Dinner the first evening you're home? Love, Sidney."

Un pasaje que leí esta mañana me hizo acordarme especialmente de usted, cuando andaba pensando en lo que iba a decir en aquella charla sobre la lectura que dio en la feria del libro. La protagonista se enfrenta a una dificultad semejante:

"In the meantime, the Times has asked me to write an article for the literary supplement. They want to address the practical, moral, and philosophical value of reading -spread out over three issues and by three different authors. I am to cover the philosophical side of the debate and so far my only thought is that reading keeps you from going gaga. You can see I need help."

¿Qué más podría añadir? En mi caso es indudable: leer (y escribir) es lo que hace que no me vuelva majara. En particular leerla y escribirle a usted.

Un abrazo enorme (y chamuscado).

Arantza

PD: (En un momento en el que el calor nos dio un respiro, volví a mis andanzas reposteras e hice unos muffins con sémola de maíz que son una cosa loca. Pero no quiero torturarla, pobre, usted que ha desterrado a los "ingratos de carbono" de su dieta. Mejor le hablo de unas brochetas de vieiras marinadas en zumo de lima y jengibre que hice el domingo, y que tuvieron bastante éxito con Monsieur M., que también anda luchando, en su caso para no llegar al peso de tres cifras.)

PD2: (Casi se me olvida: le recomiendo la dieta ayurvédica. No parece funcionar demasiado, pero si se documenta lo suficiente podrá dar el coñazo de manera incesante a todos los enfermos-sobrevivientes de cáncer que conozca, y dar el coñazo debe de acelerar el metabolismo. :-)

jueves, 14 de julio de 2011

La mujer atómica

Hoy he empezado la radioterapia. Por el momento no parece que sea capaz de invertir el campo magnético de la Tierra, pero dadme tiempo.

miércoles, 22 de junio de 2011

Cartas a la señora Hernández (IX): La luz al final del túnel

Majestuosa señora Hernández:

Hoy fui a ver a la Oncopatrulla X (The Sequel). A Quimio-Oncólogo lo he rebautizado el Hombre Químico, que suena más a superhéroe con leotardos. Mentsch Surgeon y el Hombre Químico me han hablado así, al alimón, y me han contado que mi ex-tumor (bueno, un fragmento muy pequeñito del mismo) ha vuelto de sus vacaciones en Florida tan moreno y relajado que ha resultado ser de poca tendencia a reproducirse en un futuro, qué esfuerzo, qué pereza. Así que parece que voy a poder conservar las cejas y otras pilosidades. Me libro de la quimioterapia, señora. Parece que los genes perversos que heredé de Santa Madre a fin de cuentas no han sido tan perversos, y que me ha tocado el Rolls-Royce de los cánceres de mama. Hombre Químico ha coronado la buena noticia diciéndome que toda esa sangre que ha pedido que me saquen para todos esos análisis que me ha hecho estas dos semanas pasadas prueban que tengo el cuerpo de una veinteañera. De una veinteañera cansada, aclaro. Creo que Hombre Químico se refiere más a mi conteo sanguíneo que a mis muslos, pero en cualquier caso a mis treinta y nueve sienta bien tener algo de veinteañera. Lo que sea.

Mentsch Surgeon parecía muy contento de poder darme buenas noticias, por mi parte le he dicho que no se lo tome a mal, que me parece encantador, pero cuanto menos lo vea en lo sucesivo, mejor. Él ha sonreído y ha dicho que en tres meses, con galletas, es una orden. Y me ha dejado con Hombre Químico y Radio Chica (que se ha unido al festejo). Entre los dos han empezado a hablarme de la radioterapia, y de la hormonoterapia, y he tenido que pedirles un momento, porque han empezado a bombardearme de información y yo aún andaba digiriendo la noticia. Digamos que estaba preparada para lo peor (cinco meses más de quimio y horrores varios), y resignada a hacer lo necesario para sacarme esta mierda de encima, pero que si me dan a elegir entre cinco meses de calvario y seis semanas de radioterapia, como máximo, prefiero la segunda opción, claro está. Y si me dan a elegir entre la radio y una patada en la boca -siendo la patada terapéutica y ofreciendo las mismas posibilidades de curación-, uhm, creo que hubiera elegido la patada. Al menos se termina rápido. El caso es que empiezo a ver la luz al final del túnel, señora, y no, no es que me muera (no ahora mismo, un día, seguro que sí), es que este episodio toca a su fin. Y empezaremos nueva temporada, con nuevo guionista. Tengo unas ganas locas. Y tengo una suerte flipante.

Así que he pedido un momento, y les he dicho que me costaba contenerme para no hacer una happy dance en la misma consulta. "Pues no se corte", ha dicho muy sonriente Hombre Químico. Y no me he cortado. He dicho "Yesssssss", haciendo lentamente círculos con los puños cerrados y girando las caderas. Tras lo cual he vuelto a sentarme en la camilla, modosita. Y me han explicado lo del tamoxifeno y sus efectos secundarios posibles; cómo voy a engordar, y a perder las reglas con el riesgo consiguiente de embarazo no deseado por falta de precaución, y a tener un bajón de líbido, y a tener cambios bruscos de humor y volverme una perra generalizada. Les he dicho que no hay problema, que los efectos secundarios parecen ser un problema sobre todo para Monsieur M., que como se ha casado conmigo, está atrapado cual rata en un cepo. Los dos médicos parecían un poco perplejos. Radio Chica me ha contado cómo van a churruscarme en el programa popcorn de un enorme microondas radioactivo, y cómo me va a dar la impresión de estar pasando el verano en Fukushima. "¡Venga p'alante!" le he respondido, entusiasta. (En realidad he dicho "Bring it on!", que es lo mismo). Estaba tan contenta y aliviada que si me hubieran dicho que además de recibir una patada en la boca tendré que leerme todos los libros escritos por Paulo Coelho, hubiera accedido sin rechistar. Bueno, igual a lo de los libros de Coelho no, pero a la patada sí.

Esto ya no va a durar mucho, señora. Ya le digo, veo la luz. Creo que es la del baño, he debido olvidarla encendida.

Ahora en serio: la cantidad (y la calidad) de personas que se han alegrado sinceramente conmigo es bastante maravillosa .  No sólo tengo la mejor clase de tumor posible, también tengo la mejor clase de amigos.

Abrazos y besos jubilosos.

jueves, 9 de junio de 2011

El exorcista

Paciente Impaciente está sentada frente al ordenador, intentando llamarse al orden y escribir algo en su blog de tetas, al que tiene bastante olvidado. Monsieur M. le ha hecho notar más de una vez que llamarlo así delante de terceras personas ajenas a la compleja vida interior de los habitantes de la barraca montrealesa suena un poco raro, y que si no le creo, que busque en Google "blogs de tetas" y vea lo que sale en los resultados. Paciente Impaciente piensa que si cualquiera que se ponga a buscar blogs de tetas en el ciberespacio cae por accidente en su blog, se lo merece, las tetas son multidimensionales y un verdadero entendido debería familiarizarse con los tumores y otros baches que puede encontrarse en el camino al placer.

No vayáis a creer que Paciente Impaciente no escribe (ni en su blog de tetas ni en el otro, el que engorda) porque esté postrada en su lecho, cual dama de las camelias, retorciéndose de dolor y llevándose delicadamente a la nariz un pañuelito de encaje. No. Qué va. Como su tumor aún no ha vuelto de sus vacaciones en Florida (por lo que tarda debe de estar en Orlando, visitando Disney World), Paciente Impaciente se dedica a tiempo completo a la actividad que más tiempo le está ocupando durante este cáncer: la espera. Tampoco es una espera totalmente infructuosa, en lo que lleva desde la operación, Paciente Impaciente ha aumentado su equipo de médicos particular: además de Mentsch Surgeon, ahora cuenta con Quimio-Oncólogo, el rey de los metales pesados, y Radiochica, la oncóloga que va a encargarse de hacerle brillar en la oscuridad. Paciente Impaciente tiene su propia Patrulla X oncológica. La Oncopatrulla X, la llama ella. Todos estos docs siguen en la misma línea de todos los que ha conocido hasta ahora en el Jewish General Hospital de Montreal, son gente extremadamente encantadora y amable. La primera consulta con Radiochica le hizo sentirse particularmente vieja, esta especialista tiene los 30 recién cumplidos y una cara de 27. Debe de ser la radioactividad. Paciente Impaciente confía en que a ella le produzca el mismo efecto.

Así que ella espera, y rellena hojas con árboles genealógicos para Supergenetista, próximo fichaje para la Oncopatrulla X. Y manda currículums, algo que puede revelarse bastante útil en un futuro no muy lejano, especialmente ahora que ya sabe con bastante certeza que va a disponer de un futuro. Paciente Impaciente no sabe muy bien si es culpa del cáncer o simplemente éste le sirve de excusa estupenda, pero en las últimas semanas ha pasado por un cambio de actitud bastante sutil. Ella que solía poseer una autodisciplina marcial, ahora se dice muy a menudo -"Bof, y qué, si no lo hago." Y así a empezado a escribir menos simplemente porque no tiene ganas, y los brotes de sus tomateras que tenía que haber transplantado hace ya dos semanas sobreviven ahí, a duras penas, y los parches de escayola que le dejó el Jules en el techo de la cocina siguen a la vista, sin que haya repintado, y los recibos se le apilan sin haberlos organizado. Paciente Impaciente no se reconoce: la colada se acumula, deja libros sin terminar y hace novillos a la clase de yoga para quedarse en el parque a comer un helado, por la simple razón de que hace calor. Y se pregunta si al final las conclusiones que saca de su leve roce con su propia mortalidad se reducen a esto: en el lecho de muerte nadie dirá nunca "lamento morir sin haber puesto al día mi contabilidad", o "siento dejar este mundo sin haber lavado la ropa blanca y sin haber perdido los cuatro kilos que me sobraban". Bof.

En estas divagaciones anda ella, mirando perezosamente sitios de búsqueda de empleo, y anda imaginándose una hipotética empresa con la que nunca más necesitaría un jefe en su vida, cuando suena el teléfono. No diré que la que llama es Naturópata Alternativa, porque en este blog mis ficciones son todas reales, pero sí que confesaré que la que llama es una conocida que sirve de inspiración a dicho personaje. Bueno, a la mitad del personaje.

Paciente Impaciente: -"Oui, allô?"

Naturopesada saluda, la voz intensa y rebosante de buenas intenciones: -"Hola, llamaba para ver qué tal estás."

Paciente Impaciente, aún mirando la pantalla y siguiendo la lista de ofertas: -"Euh, pues bien, gracias. ¿Y tú?"

Naturopesada responde ofendida, casi ultrajada: -"¡Yo no soy importante, querida! La que importa ahora eres tú. Suenas bien. He estado canalizando energía toda la semana."

Paciente Impaciente levanta los ojos al cielo, muda. Suele pasarle cuando oye las palabras "canalizar" y "energía" en la misma frase. Se pregunta por millonésima vez por el oscuro pasado hippy de monsieur M., pasado que le ha dejado estas amistades residuales, y toma la resolución de que cuando llegue a casa va a pedirle que explique a su comuna que no me llamen cada vez que se les ocurra, yo qué sé, hablar con sus contactos klingones y conseguirme una cita con el doctor Spock, por ejemplo. 

Naturopesada ignora olímpicamente el silencio al otro lado de la línea, y prosigue, entusiasta: -"Te he estado mandando pensamientos de amor y sanación, especialmente durante mis cursos de chi kung."

Paciente Impaciente se sujeta el auricular en la barbilla y empieza a teclear sin remordimientos una búsqueda de recursos para trabajadores autónomos: -"Uh... ¿ah, sí?" Ella es así, tiene una confianza obsoleta y trasnochada en la ciencia en general y en la medicina occidental en particular.

Naturopesada: -"Sí. Toda la clase se unió al final, en una meditación dirigida. ¿No sentiste la energía?"

Paciente Impaciente, tecleando en busca de subvenciones: -"Estoo, no. Ayer pasé un buen rato en el metro, debí de estar sin cobertura."

Naturopesada, ligeramente ofendida: -"Te estoy hablando en serio. Ya sabes que Louis -su marido- tiene sangre india..."

Paciente Impaciente no ve muy bien dónde quiere ir a parar Naturopesada, ni le interesa mucho, la verdad. Y empieza a darle ligeramente igual que su falta de interés sea palpable desde el otro lado de la l­ínea. Desde que tiene cáncer y recibe cuarenta recomendaciones absurdas por semana, Paciente Impaciente ha empezado a relajarse bastante en lo de mantener los buenos modales. -" Pues no, no lo sabía, pero presiento que me lo vas a contar todo..."

Naturopesada, con una falta de percepción notable en alguien que trabaja tanto su energía: -"...pues sí, y el verano pasado quiso ir en busca de sus raíces y nos fuimos al desierto del Colorado a seguir ese cursillo de chamanismo con los arapahoes..."

Paciente Impaciente deja de teclear: -"Cursillo. De. Chamanismo." Repite.

Naturopesada suspira: -"Oh, sí. Nos cambió la vida."

Paciente Impaciente, temerosa de que Naturopesada se lance a explicar en detalle su cambio de vida, y bastante llena de aprensión: -"Y la relación de ese cursillo de, eh, ...chamanismo con mi cáncer es..."

Naturopesada, contentísima: -"¡Mujer! ¡Pues está claro! Te vienes este fin de semana, primero hacemos una purificación en la tienda de sudación que hemos instalado en el jardín, y luego Louis y yo te hacemos un ritual de curación. Y verás cómo terminamos con el mal que llevas dentro."

Paciente Impaciente eleva la vista al frente, por encima de la montura de las gafas, enarcando las cejas. Una visión centellea en su cerebro: Paciente Impaciente se ve a sí misma tumbada tripa arriba en un tipi, Naturopesada inclinada sobre ella con su brushing de peluquería inflado al helio, agitando un sonajero tribal con su mano bien manicurada, mientras Louis, hombre de mediana edad, suda a una distancia incómodamente cercana vestido tan sólo de un taparrabos (y sus gafas de montura dorada), canturreando para ayudarla a expulsar el mal. Y alguien toca el tamtam de fondo, por supuesto.  Hasta ahora, entre la variedad de consejos más o menos grillados que había recibido (dejar de comer azúcar, comer berros, dejar de tomar leche de soja, comer doce dátiles todos los días, beber jugo de áloe vera, meditar, tomar espárragos licuados, dejar de comer glúten, rezar novenas), ninguno le había preparado para esta oferta de exorcismo.

-"Mmh. Gracias. Pero este fin de semana no va a poder ser, voy a peregrinar al Oratorio Saint-Joseph de rodillas, desnuda y sin lentillas. Y monsieur M. va a venir conmigo para hacerme de lazarillo. Y para twitearlo en directo. Pero mira, en caso de otro cáncer, puedes estar segura de que serás una de las primeras personas a las que llame." (Las primeras serían el padre Merrin y el conejo de Pascua.)

viernes, 20 de mayo de 2011

Simpleza voluntaria o the beauty of downsizing


Uf, esto es terrible, desde que recuperé mi brazo derecho (no, no se me había perdido, sólo me dolía mucho) me digo que tengo que ponerme a postear, y a responder a todos vuestros comentarios atrasados, porque aunque suene a falso, lo cierto es que veo lo de escribir un blog como un diálogo, aunque sea en diferido, entre los lectores y la que suscribe. Nunca me ha gustado hablar sola. Y bueno, con todo el apoyo que me estáis dando desde que empezó la merde,  tendría como mínimo que poneros a todos un piso en la Gran Vía y mandaros un cheque.  Pero soy pobre (mucho), no me llega ni para poneros un saco de dormir en la acampada de indignados, necesito el poco dinero que me queda para pagarme mis tubos de Voltarén y mi chocolate, y esto de tener cáncer es un curro a tiempo completo.  Nunca he visto ni he sido vista por tantos médicos en mi vida. Y cuando vuelvo a casa, no me queda carburante escritor. Espero que esto pase y me ponga al día. Entretanto, y como sé que todos llevamos dentro una comadre, por una vez hago una excepción, me doy al bajo exhibicionismo que caracteriza la vida en la Red y os regalo un pedacito de intimidad: una foto mía. Esto lo he aprendido de Telecinco: si andas a falta de contenido, dales cotilleo. De todas maneras, ya sabéis mucho más de mí de lo que es prudente o de buen gusto.

Los que nunca me habíais visto la faz, no vayáis a escribirme comentarios tocahuevos del estilo "eres mucho más horrenda-gorda-morena-orejona de lo que me imaginaba". En lo tocante a las caras y cuerpos ajenos la imaginación siempre supera a la realidad, y un escritor, así como un buen locutor de radio, no debería mostrar jamás fotos suyas al público. Mi Santa Madre tampoco me imaginaba así, pero el día del parto la pobre tuvo que conformarse con lo que le tocó.

No, esta foto no anuncia la quimio, mi tumor aún no ha vuelto de sus vacaciones en Florida. Creo que a las chicas de la Fundación quebequesa del cáncer de mama les parecerá bien este gesto solidario, porque mi lustrosa melena :-) les jodía bastante (cito textualmente). Aunque las posibilidades de que me sacudan una quimio son bastante escasas, en lo que respecta al pelo he decidido que prefiero despedirlo antes de que dimita.

Todo cambia con el tiempo, yo también. Ya lo cantaba Bowie: "Changes: turn, and face the strain."

PD: (Los gobiernos también pueden cambiar. No les votéis. Yo no lo haré.)

miércoles, 11 de mayo de 2011

Have tumor, will travel


-"Chère Madame Toquero..."  llama suavemente Mentsch Surgeon, asomando sonriente por detrás de mi silla en la sala de espera y poniendo muy ligeramente la mano en mi hombro, para luego hacer un gesto invitándome a pasar a su despacho. Mentsch Surgeon es así, le gustan esos toques de clase como salir él mismo a la sala de espera a buscar a sus pacientes, en lugar de mandar a una enfermera que vocifere mi nombre con una pronunciación tan deformada que rara vez lo reconozco. Mentsch Surgeon incluso se molesta en pronunciarlo cuidadosamente, en su primera consulta me hizo repetirlo varias veces y lo practicó hasta dominarlo. Sospecho que hasta se lo anotó en alfabeto fonético en una esquina de mi historial, bendito sea.

Este hombre también sabe dosificar con un tiento inigualable lo personal (como ese "chère" -"querida"-) y lo formal (el "madame"). El arte de tratar rigurosamente de usted al interlocutor y que no sólo no suene frío, sino que resulte cálido y amistoso, un arte casi perdido que ya casi nadie conoce, salvo contados caballeros como el profesor Lesage y este muy humano cirujano y oncólogo. (A los amigos médicos que leen esto -y hay unos cuantos-, algo que puede refrescarles esos lejanos cursos de etiqueta en la atención primaria al paciente: un par de gestos minúsculos dicen montones de cosas de un médico.)

Mentsch Surgeon saluda, Paciente Impaciente le presenta a los refuerzos (hoy viene escoltada por monsieur M.), se intercambian apretones de manos y el doc indica el acostumbrado camisón de hospital. Otro de esos detalles llenos de tacto que lo caracterizan: sale del despacho. La mayoría de médicos ante los que he tenido que desfilar en topless durante el último año me dejaban como mucho un momento de intimidad detrás de un biombo para desvestirme. Algunos (normalmente los más cretinos) ni siquiera eso: se limitaban a seguir hablando y hablando. El hecho de desnudarme delante de un  desconocido no es algo que en sí mismo atente particularmente contra mi sentido del pudor. Mi sentido del pudor curiosamente no tiene mucho que ver con la desnudez, hay cosas que lo irritan mucho más. Pero algo en el gesto de mostrarse sin ropa ante una persona que uno no ha elegido lo vuelve bastante vulnerable, cuando no lo humilla directamente.

Curioso, lo de la ropa. Sea la que sea, unos vaqueros viejos o un traje de Armani, parece ser lo que nos confiere una gran parte de nuestra humanidad. Sin ella, no somos más que tristes mamíferos pelones y rosaditos. Tiene más que ver con la dignidad que con la decencia, al menos en mi forma de verla. Mentsch Surgeon parece ser consciente de estas cosas, y da un momento más que suficiente para que una se arregle el camisón y se siente en la camilla, y luego llama a la puerta de su propio despacho y espera a que le diga que entre. Innecesario, dirán los más ibéricos de los lectores, sobre todo porque en breves momentos va a palparme los pechos con desenvoltura profesional. Respetuoso, digo yo. Y eso crea toda una diferencia.

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Cuando el doc entra, examina a Paciente Impaciente y se declara encantado de la cicatrización y de cómo ha recuperado la movilidad del brazo. Encantado, especialmente porque la paciente anterior a ella, una mujer joven en plena quimioterapia, ha salido de su consulta apoyándose pesadamente en su marido, que lloraba sin intentar ocultarlo. Paciente Impaciente sospecha que Mentsch Surgeon se deja los casos con pronóstico más optimista para el final de la jornada, por la cosa de irse a casa y no tener que beberse dos botellas de brandy, supone. Y lo entiende perfectamente. Y le encanta ser un caso con pronóstico optimista. Tras cerrarse el camisón y contar a Mentsch Surgeon que el yoga combinado con la fisioterapia ha hecho maravillas con su cuerda de guitarra linfática, Paciente Impaciente señala con un gesto la bolsa de papel azul que ha dejado encima de la mesa.

-"Sus honorarios, doc. Mis míticas galletas de cranberries y avena, y una docena de Chocolate Cherry Coma Cookies."

Mentsch Surgeon: -"Oh! Goodie!" (Él es así, mezcla nerdismos monumentales con expresiones como de chaval de diez años.) -"Estupendo, aún no había tenido tiempo de comer. Gracias."

Monsieur M., que hasta ahora estaba sentado modosito y silencioso en una silla para los acompañantes, no puede reprimirse y suelta: -"Si no le gustan, o es usted alérgico, yo puedo hacer un sacrificio y llevármelas al trabajo."

Mentsch Surgeon suelta una risilla: -"Ni lo piense." A continuación se sienta, nos mira y se pone serio. -"Ahora hablemos de lo que le espera."

Paciente Impaciente: -"¿Próximo capítulo... radioterapia?"

Mentsch Surgeon: -"Sí, eso seguro. El tejido que rodeaba al tumor ha dado negativo, pero la radioterapia va a ser necesaria."

Paciente Impaciente, respirando hondo: -"¿Y la quimio? ¿Empiezo a mirar pelucas?"

Mentsch Surgeon: -"Si tuviera usted ochenta años, le diría que no. Pero a su edad, estoy seguro de que los tres queremos que pueda vivir los próximos 45 o 50 años de su vida sin tener otro cáncer." Monsieur M. y Paciente Impaciente asienten. Pausa.   -"Por otra parte, ya sabe que la quimioterapia no es exactamente un paseo por el parque, y que los efectos secundarios a largo plazo tampoco son algo muy deseable. No me apetece sacudirle a usted una si no le ofrece ventajas apreciables, e... ¿imagino que usted está de acuerdo?" Nuevo asentimiento. Nueva pausa. -"Lo que le propongo es que antes de tomar una decisión enviemos una muestra de su tumor a analizar más exhaustivamente. Estos análisis son experimentales, pero han demostrado resultados muy válidos en cuanto al poder de predicción de nuevas recaídas, de la proliferación y de índices de agresividad del cáncer que hasta ahora no eran mensurables. Aún no se hacen en Canadá. Tendremos que mandar la muestra de tejido primero a Boston, y luego a Florida."

Una parte absurda del cerebro de Paciente Impaciente le trae de golpe a la memoria "Tú a Boston y yo a California". Otra se preocupa súbitamente de lo que el doc va a decir a continuación, de que sea algo así como: "Estas pruebas experimentales cuestan la friolera de..."

Mentsch Surgeon: -"Estas pruebas experimentales están cubiertas por la sanidad pública canadiense." Monsieur M. y yo respiramos al unísono, aliviados. Cirujano Humano sigue: -"Pero como la muestra de tejido tumoral se encuentra en el primer hospital en el que la operaron a usted, va a haber un poco de papeleo para que la transfieran."

Paciente Impaciente: -"Creía que ya la habían enviado aquí para que le echara usted un vistazo."

Mentsch Surgeon: -"Así es.  Pero cuando terminamos, tuvimos que mandarla de vuelta. Puede parecerle extraño, pero los patólogos son curiosamente posesivos con sus muestras." Sonrisa divertida.

Paciente Impaciente no puede aguantarse la inconveniencia: -"Uhm, técnicamente, la muestra es mía. Yo soy la madre de la criatura."

Mentsch Surgeon, aguantándose un poco la risa: -"Y tiene usted razón. De hecho, va a tener que firmarme dos formularios de autorización antes de irse." Agita un par de hojas en la mano y me las tiende, junto con un bolígrafo.

Paciente Impaciente: -"Me parece curioso, todo lo que se pasea este pedacito de mi persona. Y ahora Boston, Florida... viaja más que yo." Meditabunda, firma los impresos: -"Have tumor, will travel."

lunes, 9 de mayo de 2011

Diez razones para el júbilo

A todos los que me leéis exclusivamente por los toquecillos de ironía o por mis recetas, hoy no estáis de suerte. Leed otra cosa, el periódico, abrid vuestra página de Facebook, abrid un libro, aprovechad para poneros al día con un capítulo de "Mad Men".

A los demás, guardaos el cinismo en el fondo del cajón del escritorio antes de leer esto, es una orden. A continuación, dadle al "Play" de este vídeo antes de continuar leyendo, es otra orden. Si no os gusta recibir órdenes, no sé qué diablos hacéis leyendo esto, leeros el Marca, o lo que sea. Si os parece que hoy me he puesto hortera y sentimental, me chupa un pie y los ganglios linfáticos que me quedan.


Diez razones para el júbilo inmediato hoy, lunes, un soleado 9 de mayo en Montreal:

1. Al fin es primavera en Quebec, maldita sea. Es oficial, el lilo del parterre está brotando hojas (y atisbos de flores) como loco. En general, todos los arces de mi calle andan expeliendo verde como locos.

2. Doña Marmota ha vuelto. No sé cómo lo ha hecho, pero ha conseguido excavarse otra madriguera a pesar de que los obreros que cambiaron la escalera de casa rellenaron la anterior con cemento. Teniendo en cuenta de que eso quiere decir que la mitad del parterre va a estar hueca dentro de poco, llena de galerías subterráneas, se supone que en mi calidad de copropietaria de la barraca montrealesa debería preocuparme. Pero cuando he visto la boca del túnel abierta casi en el mismo sitio de siempre, como cada primavera, he sonreído. Y ni siquiera sigo consumiendo morfina.

3. Hace un sol glorioso que permite tomar un té y leer el capítulo de novela correspondiente sentada en el balancín del patio junto a Alfonso.

4. Mis galletas de avena y cranberries (receta dentro de poco en sus pantallas, en el Sirope). Acompañan estupendamente al sol, la novela, el balancín, el té y a Alfonso.

5. Bach. Acompaña maravillosamente casi todo en esta vida, incluyendo este post y lo ya mencionado.

6. Los brotecillos de mis semilleros. Pese a que Julieta se sienta abundantemente encima, estas plantitas parecen llenas de determinación para mantenerse vivas. Me recuerdan a alguien. Bueno, me recuerdan a bastante gente que conozco.

7. Monsieur M. y su habilidad para levantarse, duchar y desplazar su nórdico corpachón, desayunar y salir , todo ello sin hacer ningún ruido, y permitirme así seguir aplicando mi tratamiento preferido, según la señora Hernández: la marmoterapia.

8. Las novelas cutres y entretenidísimas de Charlaine Harris, excelentes en el balancín... ya sabéis.

9. El último retoño de la inmensa camada de niños de mi vecina, que a pesar de tener un patio trasero e incontables hermanos y hermanas con los que jugar, se pasa la vida en el porche delantero, mirando fascinado mis idas y venidas del súper, del hospital, con un par de inmensos ojos color chocolate y un dedo en la boca. Y que se niega furiosamente a saludarme cuando agito la mano. Su madre lo reprende cuando anda cerca, pero a mí esa pertinacia hace que el enano me caiga fenomenal.

10. Ya puedo levantar el brazo derecho a 180 grados, prácticamente sin dolor (apenas una tirantez molesta, y un resto de esa cuerda que da bastante grima). Me ha costado mis tirones, e innumerables repeticiones de ejercicios y rechinar de dientes, pero ha funcionado.


Mañana veo a Mentsch Surgeon y me cuenta lo que me espera (quimio sí, quimio no, etc., etc.). No sé si en mi caso es realmente una razón para el júbilo, pero en el suyo probablemente sí. Le llevo galletas.

viernes, 6 de mayo de 2011

Drugstore Cowgirl

Paciente Impaciente sale del hospital de una de las numerosas citas médicas que iluminan sus días y entra a una farmacia de la cadena Jean Coutu. Las farmacias en Canadá siguen el modelo del drugstore americano: son supermercados enormes en los que se encuentra desde helado hasta anticogelante, pasando por las consabidas aspirinas y cosméticos y un surtido impresionante de chocolates y patatas fritas (substancias terapéuticas donde las haya). También tienen un mostrador y un farmacéutico al que hay que pedirle los medicamentos que requieren receta médica, pero la diferencia con las farmacias españolas es que uno no se ve obligado a pedirle en voz alta delante de un par de abuelas con mirada censuradora los condones a sabor de frutas, con espermicida y rugosidades picaronas. Paciente Impaciente recuerda a un buen amigo que en sus años mozos el pobre lo pasaba tan mal que a menudo entraba a por condones y salía con un cepillo de dientes extraduro. 

Paciente Impaciente se pasea lentamente por los pasillos de la farmacia y se compra:

1. Dos paquetes de tres bragas cada uno (talla pequeña, corte biquini, breve plegaria para que aún entre en ellas), 95% de algodón, 5% de elastán, de colores rosa fucsia, azul eléctrico y negro. Las bragas rosas para las citas con el oncólogo, piensa, por lo simbólico y por darles un toque optimista, las azules para la radioterapia (por lo eléctricas) y las negras, tan sobrias ellas, tan zen, para las clases de yoga. No se compra los sujetadores que van a juego porque en estos últimos tiempos ella sólo se muestra en público en topless. En un momento de delirio, Paciente Impaciente se sorprende imaginando bragas con mensajes impresos en la zona púbica. Si bien es cierto que en el trasero ella dispone de espacio publicitario abundante, en oncología mamaria los camisones del hospital se atan por delante, por lo que el espacio púbico (público) impondría brevedad y síntesis: "Soy una persona". "Tengo un CI de 156". "No vote conservador". O "Tonto el que lo lea", por poner algunos ejemplos. Paciente Impaciente imagina durante un momento mensajes comerciales, y le parece bastante turbador ("Beba Coca-Cola"). 

2. Un paquete de trufas Godiva (también de talla pequeña) y uno de pretzels Snyder's recubiertos de chocolate negro (talla grande, gran descubrimiento). Momento de duda culpable sobre la talla correcta de las bragas.

3. Un aparato de vibromasaje "Vibragel" inalámbrico y recargable, de forma un tanto ambigüa. Según lo que dice la caja, es perfecto para relajar los músculos cervicales y los trapecios tensos. A Paciente Impaciente le parece poco ergonómico para aliviar cualquier otro tipo de tensiones, pero cada uno se entretiene como quiere.

4. El último número de la revista "Better Homes & Gardens", especial huertos orgánicos, en el que se explica con detalle cómo eliminar parásitos de las tomateras sin utilizar pesticidas químicos.

5. Un tubo de crema Voltarén de 150 gramos.

En la caja Paciente Impaciente observa al joven e imberbe cajero de la farmacia mientras éste mete su compra en una bolsa, y le da por pensar en la imagen que proyectan sus adquisiciones: el señor que espera detrás de ella en la cola las mira con cierto interés, probablemente pensando que ella claramente no tiene ninguna vida sexual, como lo prueban la ropa interior anodina que usa y el hecho de que practique la jardinería como pasatiempo antes de los setenta años, que compensa la falta de sexo con una ingestión desmedida de chocolate y que padece de una tendinitis debida a una práctica excesiva de la autosatisfacción, que en lo sucesivo ejercerá con aparatos eléctricos. Paciente Impaciente siente un  poco de calor en la cara y considera volverse hacia el señor de la cola y explicarle que ella vive felizmente en pareja, que tiene un cáncer de mama cuya convalecencia le ha dejado una cuerda de guitarra en el brazo y los músculos de los hombros y los omoplatos hechos un nudo marinero, y que siente un amor desatado por el chocolate y las verduras cultivadas en casa. Lo piensa mejor, se calla, paga y sale de la farmacia comiendo una trufa.

domingo, 24 de abril de 2011

Cartas a la señora Hernández (VIII): relámpagos y milhojas

Epatante señora Hernández:

No sólo le contesto el correo, sino que le diré que ahora me permito un texto largo al día y el de hoy se lo consagro a usted (me gusta utilizar verbos de temporada, y "consagrar" le va muy bien a la Semana Santa). Tengo que andar con cuidado y no escribir mucho, porque el teclear y utilizar el ratón me hace mover todos esos tendoncillos y músculos que tanto me torturan últimamente. De ahí este racionamiento textual. Por una vez en mi vida, tengo que ser más lectora que escritora, cosa que no me viene nada mal.

Comienzo por lo más plastoso, el parte médico: como le conté, parece que en estas dos semanas he desarrollado un efecto secundario no demasiado habitual de la biopsia del ganglio centinela, la trombosis linfática ligera. Sé que la palabra "trombosis" da muy mal rollo (en mi lista de palabras que dan mal rollo, anda en cabeza, junto con "cardenal" -en ambas acepciones-, "parásito" -y sus derivados-, "fascismo" y "alternativo", ésta última ha sido incorporada en los últimos tiempos, por saturación de sugerencias curativas).

No la aburriré con los detalles, que para eso tiene usted una familia entera de galenos; parece que cuando Mentsch Surgeon (Cirujano Humano) me extrajo dos ganglios para analizarlos, los vasos linfáticos afectados por la desaparición de los ganglios se me pusieron a cicatrizar de una manera un poco rara. Y dejaron como residuo una especia de cuerda que da mucha grima, porque la primera vez que se manifiesta es talmente como si un nuevo tendón hubiera hecho su aparición en el brazo, recorriéndolo de la axila a la muñeca (¿ha visto "Alien"?). Esta especie de cuerda duele en sí misma, y si a todo ello le añadimos que el doc tuvo que toquetearme muy ligeramente los alrededores del nervio vago, irritándolo hasta lo indecible, el resultado es que el brazo entero duele que te rilas. El dolor tiene un toque agudo y eléctrico muy desagradable, es la misma sensación que cuando uno se da un golpe en el codo con el canto de una puerta y acierta en el nervio. Pero en todo el brazo. De ahí los relámpagos del título. Para consolarme (y para compensar mi minusvalía repostera de los últimos tiempos), al volver de la clínica de fisioterapia paso por una pastelería de la calle Fleury y me compro un éclair au chocolat. Y cuando no tienen relámpagos, me doy a los milhojas desaforadamente.

La forma de tratar todas estas molestias es bastante primitiva: consiste en que un fornido fisioterapeuta (en mi caso, Carl, negro, treinta y tantos, inmenso como un jugador de fútbol americano, los bíceps de este hombre son como mis dos muslos puestos juntos, algo desproporcionado) le reblandezca a una el brazo con calor húmedo, a continuación se lo anestesie con abundante crema analgésica y después tire de él a profusión en múltiples direcciones. En su uniforme del hospital, Carl tiene toda la pinta -y la actitud- de uno de esos amables y plácidos enfermeros que vigilan los psiquiátricos. Carl es un montrealés anglófono que habla un francés bastante limitado, así que nuestras sesiones de tortura controlada transcurren en inglés. Él dice cosas como "Ahora vas a darme el brazo, sweetie, voy a tirarte un poquito de él, dear, y puede que notes una ligera molestia." Ese tipo de anuncios me hace tragar saliva y responderle: -"Vale, pero cuando termines me lo devuelves." A mí no me importa que se ocupe de mí un fisioterapeuta en color o en blanco y negro, señora, no es eso. Pero es que Carl me sobrepasa de unos ochenta kilos y da bastante miedo cuando se pone a a hacerme crujir diversas articulaciones. Aún así, parece estar ayudándome, y progreso, aunque lentamente. Ya puedo atarme una coleta sin blasfemar. Parece que para que desaparezca la irritación del nervio llevará tiempo, de ahí lo de no emocionarme y no pasar muchas horas delante del ordenador.

Ya ve, yo que me las prometía muy felices, pensando en cómo durante esta convalecencia iba a ser creativa y escribir algo que revolucionara el mundo de la literatura popular, y ver todas las películas de arte y ensayo que tengo atrasadas, en lugar de eso me paso los días siendo manipulada cual muñeca de trapo, comiendo pasteles, leyendo novelas cutres de ciencia ficción y masajeándome el brazo con Voltarén mientras veo basuras protagonizadas por Jennifer Aniston, a la que aborrezco bastante. Estos días en la tele es eso, o "Ben Hur". Y a Charlton Heston en minifalda lo aguanto aún menos que a Jennifer. Normalmente cuando ando de humor a nubarrones el ejercicio me ayuda, pero de momento no puedo hacer mi jogging cotidiano (olvide la idea de cualquier ejercicio que conlleve dar saltos... por no hablar de que aún soy incapaz de embutirme en un sujetador deportivo, con mis costuras aún frescas). Me iría a dar paseos, pero estamos teniendo la primavera más fría y gris de la historia (incluso en términos quebequeses), raro es el día en el que levantamos cabeza de los dos grados. Hacer cosas manuales o cocinar es bastante imposible por el momento, aunque ayer me salté las restricciones, le puse a monsieur M. a cortar y picar verduras e hice un osso bucco bastante esplendoroso. Y según le escribo, una compota de ruibarbo y fresas cuece en la cazuela. Cosas ambas que me levantan el ánimo y me hacen salivar. Esta semana me propongo el faraónico proyecto de plantar las semillas de mi mini-huerto (testimonio de mi fe optimista en que la primavera - la meteorológica, no sólo la astronómica- terminará por llegar). Y de intentar responder a algún correo y a los comentarios que se me amontonan.

Sé que esto es pasajero, señora. Y que tengo suerte de que me haya tocado un petit cancer, en lugar de uno gordo y difícil de curar. Y que aún me quedan tratamientos e incomodidades. Así que intento ser paciente, pero no se me da muy bien lo de la minusvalía. Ni lo de la paciencia. Entretanto, me como todo ese chocolate que usted, Noema y Gin me han mandado, y leo todos sus libros. Y me digo que tengo bastante suerte de contar con usted y con ellas, y con toda esa gente que me ha escrito.
Pues eso. Que la estimo en cantidades industriales. Que sus correos me hacen compañía. Y que esta semana tengo que pillarla para un Skype, me gustaría oír de nuevo su voz cascabelera.

Beso.

Arantza

viernes, 8 de abril de 2011

Di sí a las drogas

Tras su experiencia quirúrgica, Paciente Impaciente ha llegado a varias conclusiones:

1. La morfina no es pecado si se utiliza por pura necesidad, a saber:
- por pura necesidad recreativa
- por necesidad intelectual (como en el caso de Sherlock Holmes)
- en medicina paliativa
- por necesidad postoperatoria, como es su caso


Paciente Impaciente está poniendo mucha lima en el coco, que es una forma muy para todos los públicos de decir que está descubriendo los placeres de los derivados de la morfina. Paciente Impaciente constata que en su caso personal los derivados de la morfina no parecen aguzar sus capacidades deductivas, como le ocurre a Mr. Holmes. Ella sospecha que incluso las disminuyen, dado que desde que ha empezado a consumirlos parece sentirse como si la hubieran deshuesado y observa una inclinación inexplicable por ver talk shows mañaneros comiendo chocolate tumbada en el sofá. Y dormir muchas siestas seguidas.

2. Los anestesistas canadienses no parecen seguir el patrón de los dos anestesistas vascos que ella conoce: no son jóvenes, guapos y musculosos. Son pequeñajos y tienen tendencia a llevar mechas y gafas con monturas de colores chillones. Y a insistir en imágenes de relajación absurdas, tales como: "Imagínate que estás en una playa de Cancún, la arena blanca y fina te acaricia los dedos de los pies." Paciente Impaciente no ha estado en Cancún en su vida. Y las playas que ella prefiere, las del litoral vizcaíno, no tienen arena blanca y fina. Ni son relajantes, porque las olazas son de las que si te descuidas te bajan el biquini hasta los tobillos. Ella para relajarse prefiere imaginarse en el horno, dentro de un gigantesco bizcocho de chocolate, o tomando el té con el príncipe Charles y la reina Isabel (y sabe que suena raro, sí, pero toma drogas, qué pasa). Igual la conclusión de Paciente Impaciente sobre los anestesistas canadienses se vio influenciada por el estado de ligero terror en el que estaba sumida unos minutos antes de ser anestesiada, porque es verdad que la muestra poblacional en la que se basó era bastante escasa.

3. Los pacientes deberían ser intubados con algo que tuviera los cantos más redondeados, definitivamente. A juzgar por el estado de su garganta (como si hubiera tragado una sopa de gravilla), Paciente Impaciente apostaría que el cretino que diseñó los aplicadores de tampones (para los señores que ignoren este detalle: unos malditos tubos de cartón, con su canto bien cuadrado) fue el mismo que tuvo la idea del tubo endotraqueal. Con los mismos resultados incómodos.

4. Dentro de su mala suerte de últimamente, parece ser que Paciente Impaciente no se ha llevado la palma. Paciente Impaciente anuncia a todos los adorables lectores que la han seguido hasta este blog y la miman, jalean, animan y comentan, que es la "feliz" propietaria de un cáncer de mama en el estadio 1, que no afecta a sus ganglios. En el "top 40" de los cánceres de mama, es de los menos malvados. Paciente Impaciente, que ha recibido todas estas noticias en persona y en un amable correo electrónico de cortesía postoperatoria de su doc, ha prometido a Cirujano Humano otra tanda de muffins semejante a la que le hizo antes de que la operara. El dicho doc se ha declarado encantado y ha puntualizado que, dado el esmero con el que le puso las grapas en la axila y los puntos particularmente bien hechos de su pecho, cree merecer que sean de arándanos. Y chocolate negro.

Y dicho esto, Paciente Impaciente os agradece todo el apoyo de los últimos días y os pide perdón por no responder a vuestros comentarios, porque ahora mismo tiene una siesta pendiente. Beso.

miércoles, 6 de abril de 2011

Pon la lima en el coco


Este año, concretamente el 12 de abril, es el 50 aniversario del vuelo del primer cosmonauta Yuri Gagarin, el primer ser humano que viajó al espacio. Alguien a quien quiero mucho me ha recomendado que mañana cuando entre en el quirófano piense en el miedo que debía de tener Yuri cuando embarcó en la Vostok 1, sin saber a ciencia cierta si iba a poder volver a la Tierra. En comparación, mi operación es pan comido, ni siquiera es terreno inexplorado. Ese alguien también me ha sugerido que ponga la lima en el coco. (Es difícil de explicar, pero a mí siempre me ayuda bastante :-).

Sigo leyendo correos y pensando que soy bastante millonaria, al menos en gente a la que le importo. Un buen amigo me ha enviado música yiddish para que entre al quirófano a ritmo klezmer, muy apropiado para la ocasión. La señora Hernández me anuncia que un paquete postoperatorio está surcando el océano rumbo a la barraca montrealesa, y me confirma que el tecnecio 99 que me van a inyectar va a proporcionarme superpoderes. Un tanto inútiles, pero superpoderes, al fin y al cabo. Otro amigo, éste anestesista de profesión, ha intentado calmar mis nervios de manera estadística, oliéndose que a la cartesiana que llevo dentro unas cifras no le vendrían mal, afirmando que una mujer joven y sana (gracias, cher ;-D) como yo corre menos riesgos en quirófano que en la calle en una ciudad media. Así que voy a intentar que no me atropelle un taxi cuando vaya ahora al hospital a que me chuten el contraste radioactivo. A ese amigo le prometo que en su honor, voy a hacer algo que no suelo hacer nunca: dormirme en los brazos de un hombre mientras pienso en otro :-). Sólo por esta vez.

lunes, 4 de abril de 2011

Arco iris

Monsieur M.: - "Morado. Morado berenjena."

Paciente Impaciente: -"Púrpura cardenalicio."

Monsieur M.:- "Rosa atardecer en el mediterráneo."

Paciente Impaciente: -"Azul de Prusia."

Monsieur M., ladeando la cabeza: -"Tiene un claro toque de verde. Verde lima."

Paciente Impaciente: -"Pero hoy predomina el amarillo. Es indiscutible." Lo piensa un poco. -"Noema tiene razón. Es como una maldita bandera del orgullo gay."

Monsieur M.: -"Ya sé que esto provoca un interés científico malsano, pero que digo yo que igual dejamos de mirarte el hematoma del pecho y entras en la ducha de una vez, que podamos cenar."

viernes, 1 de abril de 2011

Banderilleros y picadores

La doctora Anastasia, la médica que va a encargarse de mi biopsia, tiene un apellido ruso, es una cuadragenaria con el pelo de un rubio ceniza -natural-, los ojos de un azul pálido y gélido como un glaciar y un ancho de hombros de campeona de natación. Me muestra la aguja con la que me va a hacer la biopsia de los nuevos bultos que me encontró  Mentsch Surgeon (el alias yiddish de Cirujano Humano) la semana pasada. Mentsch Surgeon quiere saber antes de operarme la semana próxima (sí, sí, ya os dije que esto rula) si mi tumor inicial ha tenido tiempo de tener hijitos, porque ya puestos a jugar en mi pobre pecho maltrecho, aprovecharía para darle una buena batida. La doctora Anastasia tiene exactamente el aspecto que tendría la actriz que yo eligiría para interpretar a un oficial médico supervisor de torturas de la KGB, y la aguja que esgrime es del tamaño y del aspecto de una Black & Decker. Me da un ligero vahído y decido que va a ser mejor no mirar mientras me hagan la autopsia. Digo la biopsia.

Tras la anestesia local, empiezo a pensar que mi pecho dentro de poco va a empezar a tener el aspecto de esos alfileteros chinos de trapo en forma de tomate. La doctora Anastasia se aplica al trabajo, gruñendo y quejándose de lo denso del tejido (no, de verdad, esta gente va a acabar desanimándome de ir al gimnasio), de lo móviles que son los bultos, y juega a "¿Dónde está Wally?" con su aguja descomunal. A juzgar por lo que estoy notando con la anestesia, pienso que los pobres que tengan que pasar por una biopsia de un testículo tienen que ver constelaciones enteras de estrellas.

Doctora Anastasia, brusca: -"No se mueva."
Paciente Impaciente: -"No puedo, me tiene ensartada como a un pincho moruno."
Estocada. Presión.
Paciente Impaciente: -"Ouch. Me recuerda usted a los banderilleros de las corridas de toros de mi país natal."
Pinchazo. Empujón. Dolor agudo.
-"¡Auh! No, no a los banderilleros. Más bien a los picadores."
Más presión. Más pinchazo. Sensación de pinzamiento cuando recoge la muestra de tejido.
-"Y empiezo a sentir bastante simpatía por el toro."
Doctora Anastasia sentencia, concentrada en la pantalla del ecógrafo: -"Es una costumbre bárbara y primitiva." Mueve la aguja con brusquedad. Presión. Pinchazo.
Paciente Impaciente: -"Ayy. Ya lo creo. Mis sentimientos antitaurinos aumentan por momentos. A simple vista, ¿qué pinta tienen los bultos nuevos?"
Doctora Anastasia, parca: -"Si estos bultos son cancerosos, me lameré mi sombrero."
Paciente Impaciente: -"Creía que la expresión inglesa era "me comeré mi sombrero".
Doctora Anastasia, impasible: -"Lo es. Pero estoy bastante segura, y no tengo hambre."
Paciente Impaciente: -"Ni siquiera lleva sombrero."
Doctora Anastasia: -"Entonces lameré el tuyo."
Paciente Impaciente: -"Le tomo la palabra. ¡Aoh!"
Empujón. Pellizco.

Como soy una persona a la que le salen moratones fácilmente, por supuesto que empiezo a sangrar y un hematoma enorme empieza a formarse. La doctora Anastasia pide a una enfermera que le eche un cable, o dentro de poco no verá nada. La simpática enfermera de oncología que me ha acogido en la recepción me planta las dos manos en el pecho, una encima de otra, y apoya cargando todo su peso. Me siento exactamente como si una mula me hubiera coceado la teta. Y esta mujer encantadora viniera a presionar en el punto preciso en el que hubiera recibido la coz.
Paciente Impaciente: -"¡OUCH!"
Enfermera Simpaticona: -"Sorry, sweetie. Tengo que apretar para que dejes de sangrar."
Paciente Impaciente: -"Jrrumpf. Si no fuera usted tan simpaticona, ahora mismo le atizaría un puñetazo."
Enfermera Simpaticona suelta una risilla. -"¿Cómo te sientes, honey bee? Te puedo tutear, ¿verdad?"
Paciente Impaciente: -"Tienes las dos manos plantadas en mi teta derecha. Creo que hemos llegado a la fase del tuteo. Me siento como si una mula me hubiera coceado el pecho, y luego hubieras llegado tú con un martillo para terminar el trabajo."

Cuando termina la sesión de tortura y estoy sentada en la camilla terminando de ponerme el jersey, Enfermera Simpaticona me frota la espalda cariñosamente, probablemente con ánimo de reconfortarme. Le agradezco el gesto humano en un medio que a menudo es bastante impersonal, pero las muestras de afecto físico por parte de desconocidos suelen incomodarme más que reconfortarme. Enfermera Simpaticona no se ha dado cuenta, y abre los brazos y me abraza en un gesto maternal. Parpadeo y me pongo rígida. -"Ah. No eres del estilo mimoso,¿eh, cutie pie? ", me dice, sonriente. -"Uhm. No mucho. Pero sobre todo es que me estás aplastando el pecho." Se separa rápidamente, disculpándose con profusión.

*********

A la salida del hospital, en medio de una nubecilla de euforia debida en parte a que al fin se terminó este día  de merde y en parte a los calmantes que me ha regalado Enfermera Simpaticona, camino hacia el metro contenta del sol radiante y contesto a una llamada de mi amiga Ed:
Ed: -"¿Qué tal te ha ido?"
Yo: -"Aparte de que ahora sé cómo se siente una aceituna en un martini, bien."
Ed: -"Qué comparación más cosmopolita."
Yo: -"Ya lo creo. Ahora voy a comprarme una bandeja enorme de sanísimo sushi, un paquete de guarrísimos M&M's rellenos de mantequilla de cacahuete y me voy a casa a ver la peli más tonta que encuentre con el pecho metido en un tazón con hielo."
Ed: -"Pecho on the rocks. ¿Con aceituna?"
Yo: -"Ja. Tetini." Resoplo. -"La teta me duele como si me hubieran bailado un zapateado encima,  y está como al doble de su tamaño normal. En otras circunstancias igual hasta me hubiera hecho ilusión, pero así, en asimétrico, sin que la izquierda haga juego, como que no es lo mismo."
Ed: -"Ánimo, Aran. Tú tienes muchos cojones", dice, con su encantador acento mexicano.
Yo: -"No creas. Y menos mal, porque con mi suerte legendaria si los tuviera probablemente tendría un cáncer testicular."  

martes, 22 de marzo de 2011

Cartas a la señora Hernández (VII): que rule, que rule.

Querida señora Hernández:

Desde que le escribí ayer ese correo lleno de confusión, frustración y hartón generalizado con esto de tener que pelearme para que me traten, las cosas han cambiado mucho. Recapitulo:

El domingo pasado asistí a una charla organizada por Rethink Breast Cancer, una organización que echa una manita a mujeres jóvenes con cáncer de mama. Lo de que haya una organización para mujeres de menos de 50 ya me pareció alentador, empezaba a pensar que soy realmente una rareza estadística. Cuando una ve claramente que es la pipiola de las salas de espera de oncología eso no la anima ni la hace sentirse sexy, más bien le da aprensión.

El médico que nos habló de tratamientos personalizados y que nos descifró lo de los receptores hormonales y lo de los genes REH2 y demás sofisticaciones celulares era un tipo muy majete y accesible, a pesar de ser director de oncología del Hospital General Judío, director de la Cátedra de Oncología en la Universidad McGill (LA universidad de Montreal), LA lumbrera canadiense en oncología mamaria y una de las lumbreras en la investigación oncológica mundial. Me alegré mucho de entender bien inglés, porque esta organización y sus actividades tienen lugar en "el otro lado" de Montreal (sí, la frontera lingüística y política en esta ciudad es palpable, es algo así como un muro de Berlín invisible). Durante el cocktail que siguió a la charla me animé a preguntar a Dr. Big Shot si el plazo de espera que me estoy chupando para la cirugía  es normal en el sistema de salud montrealés. Y cuando le conté, se indignó. Mucho. Y en inglés. Me dijo que tras haber sufrido el error médico que retrasó mi diagnóstico un año, deberían estar tratándome como una reina y lamiendo el jodido suelo a mi paso (cito textualmente, en inglés en el original). Me dio varios nombres de jefes y directores del hospital en el que estaba siendo no-tratada y me conminó a montarles un chocho (en inglés del original). Parece ser que yo había cometido un error fatal, señora: confiar en el sistema (este izquierdismo mío, que un día me va a matar, y no metafóricamente) y ser demasiado amable. "Stop being so nice!" me dijo Dr. Big Shot.

Dicho y hecho. So I did, and I started kicking some ass (on the phone). Dispuesta a patear traseros en persona, si  la cosa no funcionaba por teléfono. Le tomé la palabra, y como he ido acumulando bastante mala leche últimamente y la he macerado durante diez semanas de espera, ayer me pasé el día al teléfono siendo autoritaria, exigentona y desagradable a diestro y siniestro. No sirvió para mucho, porque la mayoría de esos jefes y directores estaban de vacaciones en México, Cuba, La Martinica (les deseo eritemas solares de tercer grado), pero me dieron una fecha. Un poco tarde para mi gusto.

Señora, qué cansancio. Mantenerme de buen humor y con un grado de optimismo aceptable requiere ya una gran parte de mis energías. Ni le cuento lo que agota encima tener que enfadarme. Es difícil combinar ambos, el cabreo y la indignación, y el buen humor. Tampoco es que esté sola en esto, monsieur M. se ha quedado en Montreal esta semana, dispuesto a patear traseros conmigo. No porque me crea incapaz de hacerlo yo misma, sino porque piensa que al ser la persona directamente afectada soy un poco el rehén de la situación y de los miedos típicos que conlleva.

Me quedé meditando un momento lo de la fecha tan duramente obtenida, y por la tarde, bastante tarde, tuve la inspiración de buscar el correo de Dr. Big Shot y escribirle un mail, contándole la cosecha del día y pidiéndole su opinión sobre el siguiente paso. Dr. Big Shot no sólo es big y majete, sino que parece tener una jornada de trabajo que no termina nunca, porque en menos de cinco minutos me contestó y me dijo que se disponía a dar la murga a todos sus colegas de varios hospitales. Y que no pararía hasta encontrar a uno que se ocupara de mí a toda hostia (sigo citando textualmente, traducción propia de "au plus sacrant", esta vez en francés del original, porque Dr. Big Shot no sólo es una lumbrera, también es bilingüe).

Señora, creo que he tenido suerte en parte porque tomé la iniciativa de escribirle, y en parte porque durante el cocktail hice unos cuantos chistes y le hice reír, lo cual hizo que se acordara de mí y se tomara "lo mío" de manera un poco personal. O quizá el tipo tenga simplemente conciencia profesional. El caso es que ayer en tres horas me consiguió una cita con un nuevo cirujano oncológico. Me he pasado la mañana en un maratón burocrático, intentando obtener una transferencia de mi historial de mi antiguo -and crappy- hospital al hospital judío, al que tenía que llegar para la una del mediodía. Hasta los archivos funcionaban mal, oiga. Me decían que iba a tener que esperar dos semanas (!!!) para unas malditas fotocopias y mis mamografías. Tras engatusar, suplicar, levantar la voz y amenazar, he tenido que recurrir a métodos más rastreros: ponerme a llorar para que me lo dieran. Yo normalmente no lloro en público, señora. Y en privado bastante poco. Y hoy ni siquiera me sentía triste ni desesperada, sólo enormemente frustrada y de mala uva. Y como muchas mujeres, cuando la cólera me sube a punto de ebullición tengo la tendencia a lagrimear. Normalmente opto por mantener mi dignidad y me trago el lagrimeo, pero pensando en que por culpa del cretino burócrata que tenía delante iba a perder la cita de urgencia con el nuevo cirujano y tener que esperar eternamente, me he dicho "what the heck", y he abierto el grifo. Y ha funcionado. La mayoría de la gente se siente tan horriblemente incómoda de haber hecho llorar a alguien que son capaces de darle hasta la cartera para que pare. Ése es un truco que aprendí de mis alumnos de primero de primaria, que podían llorar a voluntad como si el mundo fuera a acabarse y al de dos segundos les sorprendía felizmente comiendo gominolas y riendo a grito pelado. En menos de cinco minutos yo estaba en un taxi rumbo a mi nuevo hospital, sorbiendo un latte.   

Hoy he aprendido varias cosas, señora: que la información es el poder. Si no hubiera ido a esa charla aún andaría esperando a que me brote un tumor en la frente. Que en esta vida hay que tomar la iniciativa (bueno, eso ya lo sabía, pero todo esto me lo ha confirmado). Que puedo llegar a ser manipuladoramente llorona cuando se trata de salvarme el pellejo. Que ser amable y tener mucha empatía no funciona siempre y no hace que las cosas vayan forzosamente mejor ni que se nos trate de forma justa. Muchas veces se confunde la amabilidad con debilidad. Que el sistema de salud pública quebequés, a pesar de ser de calidad, es de difícil acceso, y que no funciona igual del lado anglófono que del francófono. Que me perdonen mis amigos francófonos: la eficacia anglosajona es bastante flipante.

Desde hoy a media mañana soy una nueva y flamante paciente del Jewish General Hospital. Este hospital tiene muy buena reputación en el tratamiento del cáncer de mama, es algo así como Grand Central Cancer. Y tengo un nuevo y flamante oncocirujano: Cirujano Humano. Que me ha dicho adorar San Sebastián, tener un disco de Benito Lertxundi (!), se ha extasiado ante mis tatuajes ("they're meannn"), me ha prometido muchos más análisis genéticos de mi garbanzo (que ahora yace en placas estériles de vidrio, cómodamente loncheado y conservado en parafina) para encontrar la hormonoterapia perfecta y me ha garantizado operarme si no mucho más rápido (quiere hacerme más pruebas), mucho mejor. No más tarde que a mediados de abril (es la primera vez en mi vida que voy a estar inconsciente en inglés). Y al menos sé que la espera va a servir para mirar más cosas y apuntar mejor (tengo una multitud de citas), no para que él asista a un seminario de golf en las Bahamas. Me he pasado la tarde mostrando las tetas a una gran cantidad de personas (todas ellas muy amables y competentes... las personas, no las tetas). Y sintiéndome como si hubiera ganado uno de esos concursos de telerealidad, estilo "Amazing Race", en el que el premio fuera una cirugía.

Ah, sí. Otra cosa. Después de haberme enviado a hacerme resonancias y ecografías varias (no vea cómo rulan en este hospital, le miran a una todas las costuras, del derecho y del revés), Cirujano Humano me ha encontrado un par de bultos más en el mismo pecho (no garbanzos, más bien guisantes). Que cree que son quistes, pero que va a hacer que me biopsien, por si las flies (mi pecho, ese alfiletero). Y después me ha ofrecido una taza de té y una cookie. Cuando he oído la noticia, no he podido evitar suspirar y decirle, mientras untaba mi cookie:

"Such a little breast, so much trouble".

miércoles, 2 de marzo de 2011

Cartas a la señora Hernández (VI): Grf

Señora:

Grf, indeed.

No sé qué tiene mi risotto ai funghi que le parece tan indignante, ya que estaba bastante bueno :-) (just joking).

Mire, me ha inquietado un poco que usted, mi ídolo, modelo de ecuanimidad y sensatez, me sugiera eso de ir a que me operen a las Euskadis. Porque echando cuentas, entre que consigo billete, voy, me echan un vistazo, y programan la operación, calculo que llegaríamos a finales de mayo (imagino que allí también hay listas de espera, ¿no? es que hace mucho tiempo que dejé el terruño, no sé cómo anda ahora la Seguridad Social), que es más o menos cuando mi cirujano de aquí habrá vuelto de vacaciones, seguido su tratamiento completo de spa y aguas termales y terminado su cursillo intensivo de golf, y estará al fin dispuesto a operarme. Vamos, que igual no adelanto gran cosa, y entretanto tengo que gastarme un pastón que no tengo en el billete y vivir con una madre angustiada, algo extremadamente nocivo para la salud. Por no hablar de que no estoy exactamente segura de que una vez que una se declara oficialmente residente en el extranjero, no tenga que vivir X tiempo en España para poder acceder de nuevo al sistema de salud pública (aquí al menos funciona así, por lo de evitar el turismo médico). En el fondo todo eso me da profunda pereza, señora.

Well. No se preocupe, que no mete la pata. Ni siquiera el tacón. No crea que no le agradezco el interés que se toma, siempre está bien que alguien inteligente le haga a una considerar otro punto de vista. Está claro que si en mayo aún no me han operado, la enfermera me cuenta que mi cirujano se ha ido a una convención de criadores de zarigüeyas y me encuentro un nuevo tumor en la frente, coño (como bien dice usted), entonces tendré que reconsiderar su idea. Entretanto, he decidido esperar. Es verdad que estoy un poco harta. Con HAR mayúscula y TA mayúscula. Y que cocino cada vez mejor. Y que engordo.

Lo de sus marcadores tumorales convencionalmente aburridos: Yuju. Mucho. (Perdone la sobriedad, es que soy vasca).

Ahora me voy a hacer un colacao (o un té chai, no estoy segura), que vengo de la biblio y soplaba una rasca brutal (12 bajo cero).

Apreciándola lo que se merece, un abrazo mollar (llena de risotto ando aún, no sé cómo voy a hacer para plegarme en yoga y no arrojar los funghi). 

A.