- "[...] Since you've been such an inspiration for people around... Wow, man! You just ran into a big pile of dogshit!"
- "It happens."
- "What? Shit?"
- "Sometimes."
("Forrest Gump")

miércoles, 22 de junio de 2011

Cartas a la señora Hernández (IX): La luz al final del túnel

Majestuosa señora Hernández:

Hoy fui a ver a la Oncopatrulla X (The Sequel). A Quimio-Oncólogo lo he rebautizado el Hombre Químico, que suena más a superhéroe con leotardos. Mentsch Surgeon y el Hombre Químico me han hablado así, al alimón, y me han contado que mi ex-tumor (bueno, un fragmento muy pequeñito del mismo) ha vuelto de sus vacaciones en Florida tan moreno y relajado que ha resultado ser de poca tendencia a reproducirse en un futuro, qué esfuerzo, qué pereza. Así que parece que voy a poder conservar las cejas y otras pilosidades. Me libro de la quimioterapia, señora. Parece que los genes perversos que heredé de Santa Madre a fin de cuentas no han sido tan perversos, y que me ha tocado el Rolls-Royce de los cánceres de mama. Hombre Químico ha coronado la buena noticia diciéndome que toda esa sangre que ha pedido que me saquen para todos esos análisis que me ha hecho estas dos semanas pasadas prueban que tengo el cuerpo de una veinteañera. De una veinteañera cansada, aclaro. Creo que Hombre Químico se refiere más a mi conteo sanguíneo que a mis muslos, pero en cualquier caso a mis treinta y nueve sienta bien tener algo de veinteañera. Lo que sea.

Mentsch Surgeon parecía muy contento de poder darme buenas noticias, por mi parte le he dicho que no se lo tome a mal, que me parece encantador, pero cuanto menos lo vea en lo sucesivo, mejor. Él ha sonreído y ha dicho que en tres meses, con galletas, es una orden. Y me ha dejado con Hombre Químico y Radio Chica (que se ha unido al festejo). Entre los dos han empezado a hablarme de la radioterapia, y de la hormonoterapia, y he tenido que pedirles un momento, porque han empezado a bombardearme de información y yo aún andaba digiriendo la noticia. Digamos que estaba preparada para lo peor (cinco meses más de quimio y horrores varios), y resignada a hacer lo necesario para sacarme esta mierda de encima, pero que si me dan a elegir entre cinco meses de calvario y seis semanas de radioterapia, como máximo, prefiero la segunda opción, claro está. Y si me dan a elegir entre la radio y una patada en la boca -siendo la patada terapéutica y ofreciendo las mismas posibilidades de curación-, uhm, creo que hubiera elegido la patada. Al menos se termina rápido. El caso es que empiezo a ver la luz al final del túnel, señora, y no, no es que me muera (no ahora mismo, un día, seguro que sí), es que este episodio toca a su fin. Y empezaremos nueva temporada, con nuevo guionista. Tengo unas ganas locas. Y tengo una suerte flipante.

Así que he pedido un momento, y les he dicho que me costaba contenerme para no hacer una happy dance en la misma consulta. "Pues no se corte", ha dicho muy sonriente Hombre Químico. Y no me he cortado. He dicho "Yesssssss", haciendo lentamente círculos con los puños cerrados y girando las caderas. Tras lo cual he vuelto a sentarme en la camilla, modosita. Y me han explicado lo del tamoxifeno y sus efectos secundarios posibles; cómo voy a engordar, y a perder las reglas con el riesgo consiguiente de embarazo no deseado por falta de precaución, y a tener un bajón de líbido, y a tener cambios bruscos de humor y volverme una perra generalizada. Les he dicho que no hay problema, que los efectos secundarios parecen ser un problema sobre todo para Monsieur M., que como se ha casado conmigo, está atrapado cual rata en un cepo. Los dos médicos parecían un poco perplejos. Radio Chica me ha contado cómo van a churruscarme en el programa popcorn de un enorme microondas radioactivo, y cómo me va a dar la impresión de estar pasando el verano en Fukushima. "¡Venga p'alante!" le he respondido, entusiasta. (En realidad he dicho "Bring it on!", que es lo mismo). Estaba tan contenta y aliviada que si me hubieran dicho que además de recibir una patada en la boca tendré que leerme todos los libros escritos por Paulo Coelho, hubiera accedido sin rechistar. Bueno, igual a lo de los libros de Coelho no, pero a la patada sí.

Esto ya no va a durar mucho, señora. Ya le digo, veo la luz. Creo que es la del baño, he debido olvidarla encendida.

Ahora en serio: la cantidad (y la calidad) de personas que se han alegrado sinceramente conmigo es bastante maravillosa .  No sólo tengo la mejor clase de tumor posible, también tengo la mejor clase de amigos.

Abrazos y besos jubilosos.

jueves, 9 de junio de 2011

El exorcista

Paciente Impaciente está sentada frente al ordenador, intentando llamarse al orden y escribir algo en su blog de tetas, al que tiene bastante olvidado. Monsieur M. le ha hecho notar más de una vez que llamarlo así delante de terceras personas ajenas a la compleja vida interior de los habitantes de la barraca montrealesa suena un poco raro, y que si no le creo, que busque en Google "blogs de tetas" y vea lo que sale en los resultados. Paciente Impaciente piensa que si cualquiera que se ponga a buscar blogs de tetas en el ciberespacio cae por accidente en su blog, se lo merece, las tetas son multidimensionales y un verdadero entendido debería familiarizarse con los tumores y otros baches que puede encontrarse en el camino al placer.

No vayáis a creer que Paciente Impaciente no escribe (ni en su blog de tetas ni en el otro, el que engorda) porque esté postrada en su lecho, cual dama de las camelias, retorciéndose de dolor y llevándose delicadamente a la nariz un pañuelito de encaje. No. Qué va. Como su tumor aún no ha vuelto de sus vacaciones en Florida (por lo que tarda debe de estar en Orlando, visitando Disney World), Paciente Impaciente se dedica a tiempo completo a la actividad que más tiempo le está ocupando durante este cáncer: la espera. Tampoco es una espera totalmente infructuosa, en lo que lleva desde la operación, Paciente Impaciente ha aumentado su equipo de médicos particular: además de Mentsch Surgeon, ahora cuenta con Quimio-Oncólogo, el rey de los metales pesados, y Radiochica, la oncóloga que va a encargarse de hacerle brillar en la oscuridad. Paciente Impaciente tiene su propia Patrulla X oncológica. La Oncopatrulla X, la llama ella. Todos estos docs siguen en la misma línea de todos los que ha conocido hasta ahora en el Jewish General Hospital de Montreal, son gente extremadamente encantadora y amable. La primera consulta con Radiochica le hizo sentirse particularmente vieja, esta especialista tiene los 30 recién cumplidos y una cara de 27. Debe de ser la radioactividad. Paciente Impaciente confía en que a ella le produzca el mismo efecto.

Así que ella espera, y rellena hojas con árboles genealógicos para Supergenetista, próximo fichaje para la Oncopatrulla X. Y manda currículums, algo que puede revelarse bastante útil en un futuro no muy lejano, especialmente ahora que ya sabe con bastante certeza que va a disponer de un futuro. Paciente Impaciente no sabe muy bien si es culpa del cáncer o simplemente éste le sirve de excusa estupenda, pero en las últimas semanas ha pasado por un cambio de actitud bastante sutil. Ella que solía poseer una autodisciplina marcial, ahora se dice muy a menudo -"Bof, y qué, si no lo hago." Y así a empezado a escribir menos simplemente porque no tiene ganas, y los brotes de sus tomateras que tenía que haber transplantado hace ya dos semanas sobreviven ahí, a duras penas, y los parches de escayola que le dejó el Jules en el techo de la cocina siguen a la vista, sin que haya repintado, y los recibos se le apilan sin haberlos organizado. Paciente Impaciente no se reconoce: la colada se acumula, deja libros sin terminar y hace novillos a la clase de yoga para quedarse en el parque a comer un helado, por la simple razón de que hace calor. Y se pregunta si al final las conclusiones que saca de su leve roce con su propia mortalidad se reducen a esto: en el lecho de muerte nadie dirá nunca "lamento morir sin haber puesto al día mi contabilidad", o "siento dejar este mundo sin haber lavado la ropa blanca y sin haber perdido los cuatro kilos que me sobraban". Bof.

En estas divagaciones anda ella, mirando perezosamente sitios de búsqueda de empleo, y anda imaginándose una hipotética empresa con la que nunca más necesitaría un jefe en su vida, cuando suena el teléfono. No diré que la que llama es Naturópata Alternativa, porque en este blog mis ficciones son todas reales, pero sí que confesaré que la que llama es una conocida que sirve de inspiración a dicho personaje. Bueno, a la mitad del personaje.

Paciente Impaciente: -"Oui, allô?"

Naturopesada saluda, la voz intensa y rebosante de buenas intenciones: -"Hola, llamaba para ver qué tal estás."

Paciente Impaciente, aún mirando la pantalla y siguiendo la lista de ofertas: -"Euh, pues bien, gracias. ¿Y tú?"

Naturopesada responde ofendida, casi ultrajada: -"¡Yo no soy importante, querida! La que importa ahora eres tú. Suenas bien. He estado canalizando energía toda la semana."

Paciente Impaciente levanta los ojos al cielo, muda. Suele pasarle cuando oye las palabras "canalizar" y "energía" en la misma frase. Se pregunta por millonésima vez por el oscuro pasado hippy de monsieur M., pasado que le ha dejado estas amistades residuales, y toma la resolución de que cuando llegue a casa va a pedirle que explique a su comuna que no me llamen cada vez que se les ocurra, yo qué sé, hablar con sus contactos klingones y conseguirme una cita con el doctor Spock, por ejemplo. 

Naturopesada ignora olímpicamente el silencio al otro lado de la línea, y prosigue, entusiasta: -"Te he estado mandando pensamientos de amor y sanación, especialmente durante mis cursos de chi kung."

Paciente Impaciente se sujeta el auricular en la barbilla y empieza a teclear sin remordimientos una búsqueda de recursos para trabajadores autónomos: -"Uh... ¿ah, sí?" Ella es así, tiene una confianza obsoleta y trasnochada en la ciencia en general y en la medicina occidental en particular.

Naturopesada: -"Sí. Toda la clase se unió al final, en una meditación dirigida. ¿No sentiste la energía?"

Paciente Impaciente, tecleando en busca de subvenciones: -"Estoo, no. Ayer pasé un buen rato en el metro, debí de estar sin cobertura."

Naturopesada, ligeramente ofendida: -"Te estoy hablando en serio. Ya sabes que Louis -su marido- tiene sangre india..."

Paciente Impaciente no ve muy bien dónde quiere ir a parar Naturopesada, ni le interesa mucho, la verdad. Y empieza a darle ligeramente igual que su falta de interés sea palpable desde el otro lado de la l­ínea. Desde que tiene cáncer y recibe cuarenta recomendaciones absurdas por semana, Paciente Impaciente ha empezado a relajarse bastante en lo de mantener los buenos modales. -" Pues no, no lo sabía, pero presiento que me lo vas a contar todo..."

Naturopesada, con una falta de percepción notable en alguien que trabaja tanto su energía: -"...pues sí, y el verano pasado quiso ir en busca de sus raíces y nos fuimos al desierto del Colorado a seguir ese cursillo de chamanismo con los arapahoes..."

Paciente Impaciente deja de teclear: -"Cursillo. De. Chamanismo." Repite.

Naturopesada suspira: -"Oh, sí. Nos cambió la vida."

Paciente Impaciente, temerosa de que Naturopesada se lance a explicar en detalle su cambio de vida, y bastante llena de aprensión: -"Y la relación de ese cursillo de, eh, ...chamanismo con mi cáncer es..."

Naturopesada, contentísima: -"¡Mujer! ¡Pues está claro! Te vienes este fin de semana, primero hacemos una purificación en la tienda de sudación que hemos instalado en el jardín, y luego Louis y yo te hacemos un ritual de curación. Y verás cómo terminamos con el mal que llevas dentro."

Paciente Impaciente eleva la vista al frente, por encima de la montura de las gafas, enarcando las cejas. Una visión centellea en su cerebro: Paciente Impaciente se ve a sí misma tumbada tripa arriba en un tipi, Naturopesada inclinada sobre ella con su brushing de peluquería inflado al helio, agitando un sonajero tribal con su mano bien manicurada, mientras Louis, hombre de mediana edad, suda a una distancia incómodamente cercana vestido tan sólo de un taparrabos (y sus gafas de montura dorada), canturreando para ayudarla a expulsar el mal. Y alguien toca el tamtam de fondo, por supuesto.  Hasta ahora, entre la variedad de consejos más o menos grillados que había recibido (dejar de comer azúcar, comer berros, dejar de tomar leche de soja, comer doce dátiles todos los días, beber jugo de áloe vera, meditar, tomar espárragos licuados, dejar de comer glúten, rezar novenas), ninguno le había preparado para esta oferta de exorcismo.

-"Mmh. Gracias. Pero este fin de semana no va a poder ser, voy a peregrinar al Oratorio Saint-Joseph de rodillas, desnuda y sin lentillas. Y monsieur M. va a venir conmigo para hacerme de lazarillo. Y para twitearlo en directo. Pero mira, en caso de otro cáncer, puedes estar segura de que serás una de las primeras personas a las que llame." (Las primeras serían el padre Merrin y el conejo de Pascua.)