Querida señora Hernández:
Desde que le escribí ayer ese correo lleno de confusión, frustración y hartón generalizado con esto de tener que pelearme para que me traten, las cosas han cambiado mucho. Recapitulo:
El domingo pasado asistí a una charla organizada por Rethink Breast Cancer, una organización que echa una manita a mujeres jóvenes con cáncer de mama. Lo de que haya una organización para mujeres de menos de 50 ya me pareció alentador, empezaba a pensar que soy realmente una rareza estadística. Cuando una ve claramente que es la pipiola de las salas de espera de oncología eso no la anima ni la hace sentirse sexy, más bien le da aprensión.
El médico que nos habló de tratamientos personalizados y que nos descifró lo de los receptores hormonales y lo de los genes REH2 y demás sofisticaciones celulares era un tipo muy majete y accesible, a pesar de ser director de oncología del Hospital General Judío, director de la Cátedra de Oncología en la Universidad McGill (LA universidad de Montreal), LA lumbrera canadiense en oncología mamaria y una de las lumbreras en la investigación oncológica mundial. Me alegré mucho de entender bien inglés, porque esta organización y sus actividades tienen lugar en "el otro lado" de Montreal (sí, la frontera lingüística y política en esta ciudad es palpable, es algo así como un muro de Berlín invisible). Durante el cocktail que siguió a la charla me animé a preguntar a Dr. Big Shot si el plazo de espera que me estoy chupando para la cirugía es normal en el sistema de salud montrealés. Y cuando le conté, se indignó. Mucho. Y en inglés. Me dijo que tras haber sufrido el error médico que retrasó mi diagnóstico un año, deberían estar tratándome como una reina y lamiendo el jodido suelo a mi paso (cito textualmente, en inglés en el original). Me dio varios nombres de jefes y directores del hospital en el que estaba siendo no-tratada y me conminó a montarles un chocho (en inglés del original). Parece ser que yo había cometido un error fatal, señora: confiar en el sistema (este izquierdismo mío, que un día me va a matar, y no metafóricamente) y ser demasiado amable. "Stop being so nice!" me dijo Dr. Big Shot.
Dicho y hecho. So I did, and I started kicking some ass (on the phone). Dispuesta a patear traseros en persona, si la cosa no funcionaba por teléfono. Le tomé la palabra, y como he ido acumulando bastante mala leche últimamente y la he macerado durante diez semanas de espera, ayer me pasé el día al teléfono siendo autoritaria, exigentona y desagradable a diestro y siniestro. No sirvió para mucho, porque la mayoría de esos jefes y directores estaban de vacaciones en México, Cuba, La Martinica (les deseo eritemas solares de tercer grado), pero me dieron una fecha. Un poco tarde para mi gusto.
Señora, qué cansancio. Mantenerme de buen humor y con un grado de optimismo aceptable requiere ya una gran parte de mis energías. Ni le cuento lo que agota encima tener que enfadarme. Es difícil combinar ambos, el cabreo y la indignación, y el buen humor. Tampoco es que esté sola en esto, monsieur M. se ha quedado en Montreal esta semana, dispuesto a patear traseros conmigo. No porque me crea incapaz de hacerlo yo misma, sino porque piensa que al ser la persona directamente afectada soy un poco el rehén de la situación y de los miedos típicos que conlleva.
Me quedé meditando un momento lo de la fecha tan duramente obtenida, y por la tarde, bastante tarde, tuve la inspiración de buscar el correo de Dr. Big Shot y escribirle un mail, contándole la cosecha del día y pidiéndole su opinión sobre el siguiente paso. Dr. Big Shot no sólo es big y majete, sino que parece tener una jornada de trabajo que no termina nunca, porque en menos de cinco minutos me contestó y me dijo que se disponía a dar la murga a todos sus colegas de varios hospitales. Y que no pararía hasta encontrar a uno que se ocupara de mí a toda hostia (sigo citando textualmente, traducción propia de "au plus sacrant", esta vez en francés del original, porque Dr. Big Shot no sólo es una lumbrera, también es bilingüe).
Señora, creo que he tenido suerte en parte porque tomé la iniciativa de escribirle, y en parte porque durante el cocktail hice unos cuantos chistes y le hice reír, lo cual hizo que se acordara de mí y se tomara "lo mío" de manera un poco personal. O quizá el tipo tenga simplemente conciencia profesional. El caso es que ayer en tres horas me consiguió una cita con un nuevo cirujano oncológico. Me he pasado la mañana en un maratón burocrático, intentando obtener una transferencia de mi historial de mi antiguo -and crappy- hospital al hospital judío, al que tenía que llegar para la una del mediodía. Hasta los archivos funcionaban mal, oiga. Me decían que iba a tener que esperar dos semanas (!!!) para unas malditas fotocopias y mis mamografías. Tras engatusar, suplicar, levantar la voz y amenazar, he tenido que recurrir a métodos más rastreros: ponerme a llorar para que me lo dieran. Yo normalmente no lloro en público, señora. Y en privado bastante poco. Y hoy ni siquiera me sentía triste ni desesperada, sólo enormemente frustrada y de mala uva. Y como muchas mujeres, cuando la cólera me sube a punto de ebullición tengo la tendencia a lagrimear. Normalmente opto por mantener mi dignidad y me trago el lagrimeo, pero pensando en que por culpa del cretino burócrata que tenía delante iba a perder la cita de urgencia con el nuevo cirujano y tener que esperar eternamente, me he dicho "what the heck", y he abierto el grifo. Y ha funcionado. La mayoría de la gente se siente tan horriblemente incómoda de haber hecho llorar a alguien que son capaces de darle hasta la cartera para que pare. Ése es un truco que aprendí de mis alumnos de primero de primaria, que podían llorar a voluntad como si el mundo fuera a acabarse y al de dos segundos les sorprendía felizmente comiendo gominolas y riendo a grito pelado. En menos de cinco minutos yo estaba en un taxi rumbo a mi nuevo hospital, sorbiendo un latte.
Desde que le escribí ayer ese correo lleno de confusión, frustración y hartón generalizado con esto de tener que pelearme para que me traten, las cosas han cambiado mucho. Recapitulo:
El domingo pasado asistí a una charla organizada por Rethink Breast Cancer, una organización que echa una manita a mujeres jóvenes con cáncer de mama. Lo de que haya una organización para mujeres de menos de 50 ya me pareció alentador, empezaba a pensar que soy realmente una rareza estadística. Cuando una ve claramente que es la pipiola de las salas de espera de oncología eso no la anima ni la hace sentirse sexy, más bien le da aprensión.
El médico que nos habló de tratamientos personalizados y que nos descifró lo de los receptores hormonales y lo de los genes REH2 y demás sofisticaciones celulares era un tipo muy majete y accesible, a pesar de ser director de oncología del Hospital General Judío, director de la Cátedra de Oncología en la Universidad McGill (LA universidad de Montreal), LA lumbrera canadiense en oncología mamaria y una de las lumbreras en la investigación oncológica mundial. Me alegré mucho de entender bien inglés, porque esta organización y sus actividades tienen lugar en "el otro lado" de Montreal (sí, la frontera lingüística y política en esta ciudad es palpable, es algo así como un muro de Berlín invisible). Durante el cocktail que siguió a la charla me animé a preguntar a Dr. Big Shot si el plazo de espera que me estoy chupando para la cirugía es normal en el sistema de salud montrealés. Y cuando le conté, se indignó. Mucho. Y en inglés. Me dijo que tras haber sufrido el error médico que retrasó mi diagnóstico un año, deberían estar tratándome como una reina y lamiendo el jodido suelo a mi paso (cito textualmente, en inglés en el original). Me dio varios nombres de jefes y directores del hospital en el que estaba siendo no-tratada y me conminó a montarles un chocho (en inglés del original). Parece ser que yo había cometido un error fatal, señora: confiar en el sistema (este izquierdismo mío, que un día me va a matar, y no metafóricamente) y ser demasiado amable. "Stop being so nice!" me dijo Dr. Big Shot.
Dicho y hecho. So I did, and I started kicking some ass (on the phone). Dispuesta a patear traseros en persona, si la cosa no funcionaba por teléfono. Le tomé la palabra, y como he ido acumulando bastante mala leche últimamente y la he macerado durante diez semanas de espera, ayer me pasé el día al teléfono siendo autoritaria, exigentona y desagradable a diestro y siniestro. No sirvió para mucho, porque la mayoría de esos jefes y directores estaban de vacaciones en México, Cuba, La Martinica (les deseo eritemas solares de tercer grado), pero me dieron una fecha. Un poco tarde para mi gusto.
Señora, qué cansancio. Mantenerme de buen humor y con un grado de optimismo aceptable requiere ya una gran parte de mis energías. Ni le cuento lo que agota encima tener que enfadarme. Es difícil combinar ambos, el cabreo y la indignación, y el buen humor. Tampoco es que esté sola en esto, monsieur M. se ha quedado en Montreal esta semana, dispuesto a patear traseros conmigo. No porque me crea incapaz de hacerlo yo misma, sino porque piensa que al ser la persona directamente afectada soy un poco el rehén de la situación y de los miedos típicos que conlleva.
Me quedé meditando un momento lo de la fecha tan duramente obtenida, y por la tarde, bastante tarde, tuve la inspiración de buscar el correo de Dr. Big Shot y escribirle un mail, contándole la cosecha del día y pidiéndole su opinión sobre el siguiente paso. Dr. Big Shot no sólo es big y majete, sino que parece tener una jornada de trabajo que no termina nunca, porque en menos de cinco minutos me contestó y me dijo que se disponía a dar la murga a todos sus colegas de varios hospitales. Y que no pararía hasta encontrar a uno que se ocupara de mí a toda hostia (sigo citando textualmente, traducción propia de "au plus sacrant", esta vez en francés del original, porque Dr. Big Shot no sólo es una lumbrera, también es bilingüe).
Señora, creo que he tenido suerte en parte porque tomé la iniciativa de escribirle, y en parte porque durante el cocktail hice unos cuantos chistes y le hice reír, lo cual hizo que se acordara de mí y se tomara "lo mío" de manera un poco personal. O quizá el tipo tenga simplemente conciencia profesional. El caso es que ayer en tres horas me consiguió una cita con un nuevo cirujano oncológico. Me he pasado la mañana en un maratón burocrático, intentando obtener una transferencia de mi historial de mi antiguo -and crappy- hospital al hospital judío, al que tenía que llegar para la una del mediodía. Hasta los archivos funcionaban mal, oiga. Me decían que iba a tener que esperar dos semanas (!!!) para unas malditas fotocopias y mis mamografías. Tras engatusar, suplicar, levantar la voz y amenazar, he tenido que recurrir a métodos más rastreros: ponerme a llorar para que me lo dieran. Yo normalmente no lloro en público, señora. Y en privado bastante poco. Y hoy ni siquiera me sentía triste ni desesperada, sólo enormemente frustrada y de mala uva. Y como muchas mujeres, cuando la cólera me sube a punto de ebullición tengo la tendencia a lagrimear. Normalmente opto por mantener mi dignidad y me trago el lagrimeo, pero pensando en que por culpa del cretino burócrata que tenía delante iba a perder la cita de urgencia con el nuevo cirujano y tener que esperar eternamente, me he dicho "what the heck", y he abierto el grifo. Y ha funcionado. La mayoría de la gente se siente tan horriblemente incómoda de haber hecho llorar a alguien que son capaces de darle hasta la cartera para que pare. Ése es un truco que aprendí de mis alumnos de primero de primaria, que podían llorar a voluntad como si el mundo fuera a acabarse y al de dos segundos les sorprendía felizmente comiendo gominolas y riendo a grito pelado. En menos de cinco minutos yo estaba en un taxi rumbo a mi nuevo hospital, sorbiendo un latte.
Hoy he aprendido varias cosas, señora: que la información es el poder. Si no hubiera ido a esa charla aún andaría esperando a que me brote un tumor en la frente. Que en esta vida hay que tomar la iniciativa (bueno, eso ya lo sabía, pero todo esto me lo ha confirmado). Que puedo llegar a ser manipuladoramente llorona cuando se trata de salvarme el pellejo. Que ser amable y tener mucha empatía no funciona siempre y no hace que las cosas vayan forzosamente mejor ni que se nos trate de forma justa. Muchas veces se confunde la amabilidad con debilidad. Que el sistema de salud pública quebequés, a pesar de ser de calidad, es de difícil acceso, y que no funciona igual del lado anglófono que del francófono. Que me perdonen mis amigos francófonos: la eficacia anglosajona es bastante flipante.
Desde hoy a media mañana soy una nueva y flamante paciente del Jewish General Hospital. Este hospital tiene muy buena reputación en el tratamiento del cáncer de mama, es algo así como Grand Central Cancer. Y tengo un nuevo y flamante oncocirujano: Cirujano Humano. Que me ha dicho adorar San Sebastián, tener un disco de Benito Lertxundi (!), se ha extasiado ante mis tatuajes ("they're meannn"), me ha prometido muchos más análisis genéticos de mi garbanzo (que ahora yace en placas estériles de vidrio, cómodamente loncheado y conservado en parafina) para encontrar la hormonoterapia perfecta y me ha garantizado operarme si no mucho más rápido (quiere hacerme más pruebas), mucho mejor. No más tarde que a mediados de abril (es la primera vez en mi vida que voy a estar inconsciente en inglés). Y al menos sé que la espera va a servir para mirar más cosas y apuntar mejor (tengo una multitud de citas), no para que él asista a un seminario de golf en las Bahamas. Me he pasado la tarde mostrando las tetas a una gran cantidad de personas (todas ellas muy amables y competentes... las personas, no las tetas). Y sintiéndome como si hubiera ganado uno de esos concursos de telerealidad, estilo "Amazing Race", en el que el premio fuera una cirugía.
Ah, sí. Otra cosa. Después de haberme enviado a hacerme resonancias y ecografías varias (no vea cómo rulan en este hospital, le miran a una todas las costuras, del derecho y del revés), Cirujano Humano me ha encontrado un par de bultos más en el mismo pecho (no garbanzos, más bien guisantes). Que cree que son quistes, pero que va a hacer que me biopsien, por si las flies (mi pecho, ese alfiletero). Y después me ha ofrecido una taza de té y una cookie. Cuando he oído la noticia, no he podido evitar suspirar y decirle, mientras untaba mi cookie:
"Such a little breast, so much trouble".
Desde hoy a media mañana soy una nueva y flamante paciente del Jewish General Hospital. Este hospital tiene muy buena reputación en el tratamiento del cáncer de mama, es algo así como Grand Central Cancer. Y tengo un nuevo y flamante oncocirujano: Cirujano Humano. Que me ha dicho adorar San Sebastián, tener un disco de Benito Lertxundi (!), se ha extasiado ante mis tatuajes ("they're meannn"), me ha prometido muchos más análisis genéticos de mi garbanzo (que ahora yace en placas estériles de vidrio, cómodamente loncheado y conservado en parafina) para encontrar la hormonoterapia perfecta y me ha garantizado operarme si no mucho más rápido (quiere hacerme más pruebas), mucho mejor. No más tarde que a mediados de abril (es la primera vez en mi vida que voy a estar inconsciente en inglés). Y al menos sé que la espera va a servir para mirar más cosas y apuntar mejor (tengo una multitud de citas), no para que él asista a un seminario de golf en las Bahamas. Me he pasado la tarde mostrando las tetas a una gran cantidad de personas (todas ellas muy amables y competentes... las personas, no las tetas). Y sintiéndome como si hubiera ganado uno de esos concursos de telerealidad, estilo "Amazing Race", en el que el premio fuera una cirugía.
Ah, sí. Otra cosa. Después de haberme enviado a hacerme resonancias y ecografías varias (no vea cómo rulan en este hospital, le miran a una todas las costuras, del derecho y del revés), Cirujano Humano me ha encontrado un par de bultos más en el mismo pecho (no garbanzos, más bien guisantes). Que cree que son quistes, pero que va a hacer que me biopsien, por si las flies (mi pecho, ese alfiletero). Y después me ha ofrecido una taza de té y una cookie. Cuando he oído la noticia, no he podido evitar suspirar y decirle, mientras untaba mi cookie:
"Such a little breast, so much trouble".