- "[...] Since you've been such an inspiration for people around... Wow, man! You just ran into a big pile of dogshit!"
- "It happens."
- "What? Shit?"
- "Sometimes."
("Forrest Gump")

miércoles, 10 de agosto de 2011

¿Fin?


Paciente Impaciente se levanta, se ducha, desayuna, se viste y sólo el esfuerzo de estas cuatro actividades le hace sentirse como si hubiera hecho una hora de jogging. Sale a la calle. La tormenta y la lluvia torrencial de la noche pasada han lavado las aceras. Hace calor. Uno de esos días deslumbrantes de agosto, con los contornos de las cosas recortados contra el cielo azulísimo de manera casi dolorosamente nítida, una temperatura de pleno verano y las cigarras que cantan ensordecedoras en los árboles del barrio. No obstante, se adivina un fondo de aire fresco que indica de manera inequívoca que el verano de Quebec toca a su fin en un par de semanas.

Paciente Impaciente toma el metro, lee su novela durante el trayecto, camina las dos manzanas que la separan del hospital, entra en el ala de medicina nuclear y escanea su tarjeta de paciente provista de un código de barras. Saluda a la recepcionista (que la llama por su nombre), a dos enfermeras (que la reconocen y le sonríen) y se va al vestuario. Coge un camisón azul de hospital de la estantería llena de camisones limpios, entra en una cabina, se quita la blusa (el sujetador hace semanas que ha entrado en la categoría de prendas imposibles de llevar) pero conserva la falda, se pone el camisón, ata las cintas a su espalda con destreza producto de la práctica y entra a la salita de espera. Saluda a las tres mujeres y a los dos hombres que esperan todos los días a la misma hora que ella, y comentan el tiempo de espera de hoy. No está mal: Paciente Impaciente escucha su nombre al de un cuarto de hora, apenas un capítulo de novela. Saluda a la radióloga por su nombre de pila, comentan el calor y la tormenta de anoche, entra en la sala de tratamiento. Se desata el camisón sin esperar a que se lo pidan, se acuesta en la camilla y coloca ella misma los brazos en los estribos. Los técnicos la colocan en menos de cinco minutos, haciendo bromas sobre lo profesional que es Paciente Impaciente a estas alturas. Paciente Impaciente responde con sus bromas habituales ("Chicos, podéis iros a tomar un café, dejadme el mando a distancia y ya me encargo yo sola.")  Una vez colocada y medida, le colocan encima del pecho la lámina de gel protector que absorbe una parte de las radiaciones y la dejan sola en la sala. La máquina emite un pitido durante unos minutos, durante los cuales Paciente Impaciente se mantiene muy quietecita e intenta no llenarse por completo los pulmones tomando pequeñas respiraciones, para evitar lo más posible cualquier movimiento pronunciado de la caja torácica, tal y como le enseñaron el primer día. Los radiólogos entran de nuevo en la sala, le quitan la lámina protectora, le tienden el camisón, Paciente Impaciente se lo pone, les saluda, se intercambian unos apretones de manos, sale, saluda a los demás pacientes, más apretones de manos, algunos besos, entra de nuevo en la cabina del vestuario, se unta el pecho a conciencia con crema, se pone la blusa, se atusa el pelo y sale. Por el camino lanza el camisón en la cesta de la ropa sucia. Saluda a la recepcionista, le hace un par de preguntas, anota un par de citas en su agenda, y se despide.

Paciente Impaciente sale por la puerta principal del hospital, sorteando pacientes en sillas de ruedas y familias preocupadas hablando por teléfono. Frunce los ojos ante el sol brillante de agosto. Se detiene un momento para buscar las gafas de sol en el bolso, se las pone, respira, sonríe de oreja a oreja y echa a andar hacia el metro sin mirar atrás, el corazón ligero y los pies de plomo. Todo ello por última vez.

Sube lentamente por la calle Côte-des-Neiges, se cruza con un par de mujeres vestidas en saris brillantes que empujan sendas sillas de bebé. Un grupo de adolescentes provistas de toallas espera ruidosamente al autobús que les llevará a la piscina. Mientras camina, organiza un poco el principio del resto de su vida. No demasiado, siempre hay que dejar algo para la improvisación. Y las sorpresas.

lunes, 1 de agosto de 2011

Cartas a la señora Hernández (XII): Sonrisas y libros

Sorprendente señora Hernández:

Hoy salía de casa semi-corriendo (o todo lo corriendo de lo que soy capaz últimamente durante esta radiofritura, que es más bien poco), cuando that good ol'fella, el cartero de Postes Canada, me ha entregado en mano un paquete. Lo he hundido en el bolso y lo he abierto en la sala de espera de radioterapia, ante miradas llenas de curiosidad. Y como he sonreído abundantemente al ver el ejemplar de "84 Charing Cross Road", y las damas que esperan conmigo están ávidas de que les hablen de cualquier otra cosa que no tenga que ver con el cáncer, les he hecho un breve resumen de quién es usted, de cómo nos conocimos y de nuestra amistad epistolar. He intentado retratarla de manera que le haga justicia, pero cinco minutos no dan para todos esos matices que le confieren a usted tanto encanto. Aún así, tengo que decirle que ha habido muchos "ohs" y "ahs", y muchas más sonrisas, y reminiscencias de buenas y viejas amistades, en esa sala de espera, entre esas cinco mujeres en camisón de hospital.

Durante un momento, Rosanna D'Abruzzi, inmigrante italiana, no estaba en una sala de espera de medicina nuclear de un hospital montrealés: estaba de vuelta en la playa de su juventud, en la costa amalfitana, mirando a los ragazzi por encima de las gafas de sol con su amiga Luisa. Nicole nos ha contado lo de aquella amiga parisina con la que se carteó durante once años, once, antes de ir a visitarla (su primera vez en Europa) y Lupe (la otra, la panameña) me ha hablado de su amiga Pureza (Purita) con la que se escribe fielmente desde que se vino a vivir a Canadá.

No sólo me ha enviado un libro que probablemente adoraré y que me ha reconfortado e infundido nuevos ánimos y nueva convicción de que el mundo cuenta con gente buena (¿cómo demonios ha hecho para que me lo manden tan rápido?), sino que ha proporcionado un rato de vacaciones mentales a unas cuantas mujeres dans la merde.

La abraza con entusiasmo,

Arantza

PD: (Esto no quedará así, insisto. Prometo aturdirla con mi hospitalidad cuando venga a visitarme con el señor alto -o incluso sin él-, pero entretanto, déme un tiempo para recuperarme, le voy a preparar un paquete de cosméticos caseros y orgánicos que va a hacer la envidia general. Y eso porque no quiero sabotearla la dieta, que si no iba a ver usted.)

PD2: (Monsieur M. no está celoso, pero sí vagamente inquieto: afirma que si usted y yo tenemos tanto en común quizá no sea muy conveniente que un día nos encontremos en el mismo lado del Atlántico, podríamos causar un tsunami, o invertir el campo magnético de la Tierra, o desplazar una placa tectónica con nuestro carisma :-).

viernes, 29 de julio de 2011

Cartas a la señora Hernández (XI): Sonrisas, lágrimas y cilantro.

Asombrosa señora Hernández:

Lee usted con una celeridad pasmosa. Yo acabo de leer en el metro de vuelta a casa desde el Jewish Hospital el pasaje en el que John Booker, el sirviente de Lord Tobias Penn-Piers (el que mandó cargar su yate para huir de Inglaterra con todas sus pinturas, antigüedades, cubertería de plata y Lady Tobias, si aún quedaba sitio :-) se hace pasar por su patrón ante los oficiales alemanes. Y me he reído mucho. Me estoy reprimiendo para no tragármelo de golpe, lo leo sólo en el hospital y en el metro, para que dure. Normalmente cuando un libro me gusta tanto me da una gula lectora similar a la suya, pero este libro es cortito y la semana empieza a ser durilla. Así que lo dosifico como si fuera un medicamento, porque un libro que provoca sonrisas violentas en cada página me va a venir muy bien en los próximos días.

Hoy me ha caído encima el cansancio radioactivo. Así de golpe, sin previo aviso. Esta mañana me he despertado preguntándome quién me había rellenado los huesos con plomo durante la noche. El trayecto de ida y vuelta al metro (4 minutos a pie, a paso tranquilo) se me ha hecho eterno. Así como cada tramo de escaleras. Normalmente subo esas escaleras de dos en dos. Hoy hasta la escalera mecánica se me antojaba agotadora a mí, que en mi estado normal soy capaz de una respetable hora de jogging cuatro veces por semana. Tiene usted razón, señora  la sensación es tan repentina que una va andando por la calle y de repente se pondría a chillar "rápido, que alguien me acerque un sofá".

Además, una de mis compañeras de fatigas (nunca mejor dicho), Maureen, una señora negra de unos sesenta y tantos elegantísimos, con un perfil de emperatriz africana, unos brazos y unas piernas largos y estilizados y un pelo cortísimo con rizos plateados, acaba de encontrarse otro bulto en el OTRO pecho. Y la pobre estaba a una semana de terminar el tratamiento. Esa noticia, y saber que ayer pasé más rápido que de costumbre porque la paciente que normalmente iba delante de mí (una quebequesa calladita y tímida, muy sonriente) ha muerto, (no me lo han dicho las radiólogas, que son siempre todo sonrisas y ánimos, sino las demás mujeres que coinciden conmigo en la sala de espera) me ha dado bajón. Sé que mi cáncer es mínimo y poco malvado, así que no temo por mí. Pero me ha podido un poco ver que gente que estaba a punto de superarlo... ya sabe.

He llegado a casa cansadísima y gruñona, y cuando Monsieur M. me servía la ensalada de mango, cilantro, aguacate y lima que ha hecho solícito bajo mis órdenes, me he echado a llorar encima de mi cilantro picadito. Teniendo en cuenta que ésta es la segunda llorera digna de ese nombre que me da desde que me diagnosticaron el bicho, no me siento demasiado culpable de abrir el grifo.

Eah, ya pasó. Ahora me dispongo a dejarme llevar de paseo a un barrio del oeste de Montreal, Côte Saint-Luc, un barrio que aún no conozco, y vamos a ir a ver casas bonitas, uno de nuestras actividades gratuitas favoritas cuando somos demasiado pobres para hacer otras cosas. Tengo ganas de salir de casa, del hospital, de ver gente por la calle andando en bici y comiendo helados, gente que no está enferma. Si tuviera dinero, tomaría un jet privado con mi quebequés de marido y le haría una visita relámpago este fin de semana. Y le exigiría que me lleve a la playa y a comer cosas en terracitas. Como por el momento no puedo, me he contentado con seguir su recomendación y buscar "84 Charing Cross Road", de Helen Hanff, y no hay manera. No parece existir en formato electrónico. Iría a la biblioteca, pero ahora mismo sólo de pensarlo me parece como emprender una expedición al Kilimanjaro.

Teniéndola en la más alta estima, la abraza,

Madame.

PD: (No tiene nada que ver, pero esta semana esquilamos a Julieta. La pobre tiene tanto pelo que estaba muriéndose de calor, por no hablar de las bolas de pelo que escupía en los peores momentos en los sitios más inoportunos. Ahora parece un cordero que ha sido atacado por una podadora. Es difícil mirarla sin una mezcla de compasión y risa floja.)

PD2: (Yo no creo en los signos, señora, bueno, los veo, pero me otorgo los derechos de autor, sé que son creación propia y no de un Ser Supremo, pero hoy, día tristón donde los haya, he visto dos que me han levantado un poco el ánimo: una nueva paciente muy simpática, panameña, en los jóvenes cuarenta, que se ha presentado como... adivine, sí... ¡Lupe! :-), y una chica en el metro que miraba fijamente mi libro de Guernsey y al final no ha podido reprimir una sonrisa enorme y me ha dicho: -"Ooooh, I LOVED that book, it's soooo good". Las dos hemos charloteado un poco hasta su parada, en esa complicidad instantánea de gente que adora el mismo libro. Me he dicho que todo no va tan mal si me tropiezo con unas cuantas Lupes aquí y allá.)

miércoles, 27 de julio de 2011

Cartas a la señora Hernández (X): Fry, fry away.

Querida señora Hernández:

Me alegro de sus proyectos opositores y espero que consiga ese puesto. Yo también estoy con usted en eso de que en ciertos momentos no hay trabajo malo, aunque me desconcierta sobremanera saber que para poder optar a un puesto de conserje hay que saber hacer ecuaciones diferenciales. Me desconcierta y me desazona, porque en breve yo voy a pasar oficialmente del estatus de enferma al de parada y por lo visto no estaría capacitada para un puesto de conserjería en el estado español. Soy una chica eminentemente de letras y una minusválida matemática notoria. Y mis mates del bachillerato son algo muy, muy lejano.

Cuando he leído lo de sus esfuerzos heroicos para adelgazar, a pesar de la resistencia que oponen los supresores de hormonas salvajes que le están dando, me ha dado la impresión de que me faltaba el contexto, o de que me he perdido algo. Me explico:

a) ¿Qué quiere decir con eso de "los 30 gramos de pan" que va a probar? O hay una dieta absurda que se ha puesto de moda en España que consiste en disminuir 30 gramos del consumo diario de pan y que yo me he perdido (como muchas otras cosas, hace ya tres años que no piso la piel de toro y salvo una ojeada muy sucinta al Mundo o a El País de vez en cuando, estoy muy desconectada), o es algo mucho más sofisticado y misterioso que ignoro. Por favor, cuénteme, que estoy intrigada.

b) Por seguir con el tema del pan (y sucedáneos), me pareció leer algo en su facebook sobre que usted se ha puesto a comer biscotes sin azúcar-sin sal-sin grasa-sin pan, y lo encontré incomprensible. Nunca he comprendido los biscotes en sí mismos, y aún menos esa extraña asociación que existe en el imaginario colectivo español entre comer biscotes y adelgazar (curiosamente, ese mito no existe en este país). Los biscotes, aparte de tener una consistencia que se parece sospechosamente a la del cartón de la caja que los contiene, están hechos de harina, sal (o no) y agua, básicamente los mismos ingredientes que el pan, salvo la levadura. Un buen pan fresco (mejor si es integral) es igual o más sano e igual de calórico, e infinitamente menos sufriente. Si la idea es comer porciones controladas, creo que con pesar el pan bastaría. Si la idea es que los biscotes son tan poco apetecibles que no hay peligro de sobrepasar la ración estipulada, entonces empiezo a entenderlo, pero me parece un método de control de peso muy deprimente y poco llevadero a largo plazo. En eso coincido con usted: comer es uno de los pocos placeres de la existencia -junto con la lectura y el cine- que una puede disfrutar sola, vestida y sin depilar. La vida es demasiado corta como para pasarla masticando cartón.

Sin ánimo de darle la plasta (y eso es invariablemente el preámbulo de una plasta), porque sé que está usted rodeada de médicos infinitamente mejor documentados que yo, yo le diría que lo de la reducción calórica para adelgazar funciona hasta cierto punto, pero parece que el cuerpo, ese cabrón, termina por adaptarse y ralentizar el metabolismo, con lo que literalmente todo lo que comemos acaba engordándonos más que antes. Un truco que parece ayudar a mucha gente que conozco a mantener o perder peso (yo incluída) y que no pueden aumentar el nivel de esfuerzo del ejercicio que hacen porque no les sale de las narices, o no tienen tiempo-energía-ganas, es añadir a su rutina normal (en su caso, nadar y andar) ejercicio con peso. Pesas. Musculación, vaya. Imagino que ya sabrá todo esto, pero por si acaso le diré que es cierto que construir tejido muscular es una manera relativamente poco agotadora de aumentar el metabolismo (el tejido muscular en reposo quema más calorías). Y tiene la ventaja de que a gente como usted y como yo, a las que les han sacudido una quimio (usted) y una radioterapia (nosotras) con el aumento de posibilidades de osteoporosis que eso conlleva, les viene bien lo de hacer un poco de musculación, ayuda a mantener la densidad ósea.

Ya está, ya me callo.

Aunque ahora mismo esté agobiada por su aumento de peso y por la maldita hormonoterapia que le sabotea el adelgace, no olvide que en todas las fotos suyas que he visto no sólo no está usted en absoluto gorda, sino que me parece usted espléndidamente guapa, y que tengo ganas de conocerla en admirables carne y hueso, para poder decírselo de nuevo.

En respuesta a su mensaje le diré que mis jornadas son de una monotonía perfecta: me levanto en este calor montrealés denso, húmedo, casi masticable, desayuno, me ducho, me visto con mi camiseta y faldita veraniegas, mi capazo, mis sandalias y mis gafas de sol y me voy a mi sesión de solarium nuclear. En la sala de espera charlo un momento con mis dos compañeras de fatigas, dos señoras maravillosamente discretas y tranquilas que hacen crucigramas y leen, y que, oh albricias, me dejan leer. Las chicas que me fríen (las radiólogas son todas chicas, el guapo residente italiano que me tatuó la osa menor en el pecho está de vacaciones) lo hacen efectivamente con amor y dedicación. Y muchos rotuladores de colores, cada día salgo del hospital con una crucecita o raya nueva. Me compré un vestido espectacular para la boda de Ed (que es la semana que viene), y al final no voy a poder llevarlo porque es bastante escotado y en estos momentos mi escote parece uno de esos libros "Pinta y colorea" abandonado en una guardería y maltratado por docenas de monstruos en edad preescolar.

Por el  momento no parezco estar demasiado cansada: incluso soy capaz de seguir con el gimnasio, con lo que parece casi mi nivel de energía habitual (quizá un poco menos, pero teniendo en cuenta que mi nivel de energía habitual da bastante miedo y agota a mi prójimo más próximo, ahora me he convertido en una persona normal).  Aunque me dan ratos -o días- de parón súbito, en los que se me acaba la batería de golpe haciendo algo tan poco exigente como subir una cesta de ropa limpia del sótano (de repente me da la impresión de estar cargando con una muela de molino escaleras arriba), y me tengo que tumbar en el sofá y quedarme traspuesta cuarenta minutos, yo, la anti-siesta. Tras los cuales vuelvo a funcionar. "Escuche lo que le dice su cuerpo", me dice Radio Chica, mi joven y pecosa radiooncóloga con cara de no tener la edad legal para conducir. Yo escucho con atención, y lo único que mi cuerpo parece decirme con insistencia estos días es: -"granizado de café, granizado de café", -"helado, helado", o -"chocolate, chocolate", aunque en los días de más calor vocifera: "¡PISCINA! ¡PISCINA!".

Aún no estoy excesivamente churruscada, tengo el pecho de un sano color rojo-me-dormí-en-la-playa-haciendo-topless, así que por el momento lo que estoy encontrando más duro de la radioterapia es no poder chapuzarme en la piscina municipal en los días en los que Montreal tiene la misma temperatura que Nueva Delhi.

Me ha gustado el título de su correo, señora, me ha hecho reír tanto que se lo voy a pedir prestado como título de la próxima entrada para mi blog de tetas. Hablando de reír, y de su ingenio, estos días estoy leyendo un libro que no sólo me hace sonreír continuamente, sino que además me hace pensar todo el tiempo en usted y en esta amistad epistolar nuestra. El libro en cuestión es "La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey", de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows. Imagino que o lo ha leído ya o ha oído hablar de él, pero por si no lo ha leído aún, me permito recomendárselo. Es uno de los mejores libros que he leído últimamente -aunque en mi caso el listón estaba más bien bajo-. No sólo el tono es delicioso y el humor fino y ligero como un buen merengue, sino que es un himno a la lectura, la escritura, la buena comida y a las personas que escriben buenas cartas.

Para muestra, un fragmento de una carta del editor, admirador y buen amigo de la escritora protagonista, que escribe preocupado porque otro editor intenta hacer la corte (en más de un sentido) a la autora:

"He's after you, Juliet, no doubt about it. Shall I challenge him to a duel? He would undoubtedly kill me, so I'd rather not. My dear, I can't promise you plenty or prosperity or even butter, but you do know that you're Stephen's & Stark's -specially Stark's- most beloved author, don't you? Dinner the first evening you're home? Love, Sidney."

Un pasaje que leí esta mañana me hizo acordarme especialmente de usted, cuando andaba pensando en lo que iba a decir en aquella charla sobre la lectura que dio en la feria del libro. La protagonista se enfrenta a una dificultad semejante:

"In the meantime, the Times has asked me to write an article for the literary supplement. They want to address the practical, moral, and philosophical value of reading -spread out over three issues and by three different authors. I am to cover the philosophical side of the debate and so far my only thought is that reading keeps you from going gaga. You can see I need help."

¿Qué más podría añadir? En mi caso es indudable: leer (y escribir) es lo que hace que no me vuelva majara. En particular leerla y escribirle a usted.

Un abrazo enorme (y chamuscado).

Arantza

PD: (En un momento en el que el calor nos dio un respiro, volví a mis andanzas reposteras e hice unos muffins con sémola de maíz que son una cosa loca. Pero no quiero torturarla, pobre, usted que ha desterrado a los "ingratos de carbono" de su dieta. Mejor le hablo de unas brochetas de vieiras marinadas en zumo de lima y jengibre que hice el domingo, y que tuvieron bastante éxito con Monsieur M., que también anda luchando, en su caso para no llegar al peso de tres cifras.)

PD2: (Casi se me olvida: le recomiendo la dieta ayurvédica. No parece funcionar demasiado, pero si se documenta lo suficiente podrá dar el coñazo de manera incesante a todos los enfermos-sobrevivientes de cáncer que conozca, y dar el coñazo debe de acelerar el metabolismo. :-)

jueves, 14 de julio de 2011

La mujer atómica

Hoy he empezado la radioterapia. Por el momento no parece que sea capaz de invertir el campo magnético de la Tierra, pero dadme tiempo.

miércoles, 22 de junio de 2011

Cartas a la señora Hernández (IX): La luz al final del túnel

Majestuosa señora Hernández:

Hoy fui a ver a la Oncopatrulla X (The Sequel). A Quimio-Oncólogo lo he rebautizado el Hombre Químico, que suena más a superhéroe con leotardos. Mentsch Surgeon y el Hombre Químico me han hablado así, al alimón, y me han contado que mi ex-tumor (bueno, un fragmento muy pequeñito del mismo) ha vuelto de sus vacaciones en Florida tan moreno y relajado que ha resultado ser de poca tendencia a reproducirse en un futuro, qué esfuerzo, qué pereza. Así que parece que voy a poder conservar las cejas y otras pilosidades. Me libro de la quimioterapia, señora. Parece que los genes perversos que heredé de Santa Madre a fin de cuentas no han sido tan perversos, y que me ha tocado el Rolls-Royce de los cánceres de mama. Hombre Químico ha coronado la buena noticia diciéndome que toda esa sangre que ha pedido que me saquen para todos esos análisis que me ha hecho estas dos semanas pasadas prueban que tengo el cuerpo de una veinteañera. De una veinteañera cansada, aclaro. Creo que Hombre Químico se refiere más a mi conteo sanguíneo que a mis muslos, pero en cualquier caso a mis treinta y nueve sienta bien tener algo de veinteañera. Lo que sea.

Mentsch Surgeon parecía muy contento de poder darme buenas noticias, por mi parte le he dicho que no se lo tome a mal, que me parece encantador, pero cuanto menos lo vea en lo sucesivo, mejor. Él ha sonreído y ha dicho que en tres meses, con galletas, es una orden. Y me ha dejado con Hombre Químico y Radio Chica (que se ha unido al festejo). Entre los dos han empezado a hablarme de la radioterapia, y de la hormonoterapia, y he tenido que pedirles un momento, porque han empezado a bombardearme de información y yo aún andaba digiriendo la noticia. Digamos que estaba preparada para lo peor (cinco meses más de quimio y horrores varios), y resignada a hacer lo necesario para sacarme esta mierda de encima, pero que si me dan a elegir entre cinco meses de calvario y seis semanas de radioterapia, como máximo, prefiero la segunda opción, claro está. Y si me dan a elegir entre la radio y una patada en la boca -siendo la patada terapéutica y ofreciendo las mismas posibilidades de curación-, uhm, creo que hubiera elegido la patada. Al menos se termina rápido. El caso es que empiezo a ver la luz al final del túnel, señora, y no, no es que me muera (no ahora mismo, un día, seguro que sí), es que este episodio toca a su fin. Y empezaremos nueva temporada, con nuevo guionista. Tengo unas ganas locas. Y tengo una suerte flipante.

Así que he pedido un momento, y les he dicho que me costaba contenerme para no hacer una happy dance en la misma consulta. "Pues no se corte", ha dicho muy sonriente Hombre Químico. Y no me he cortado. He dicho "Yesssssss", haciendo lentamente círculos con los puños cerrados y girando las caderas. Tras lo cual he vuelto a sentarme en la camilla, modosita. Y me han explicado lo del tamoxifeno y sus efectos secundarios posibles; cómo voy a engordar, y a perder las reglas con el riesgo consiguiente de embarazo no deseado por falta de precaución, y a tener un bajón de líbido, y a tener cambios bruscos de humor y volverme una perra generalizada. Les he dicho que no hay problema, que los efectos secundarios parecen ser un problema sobre todo para Monsieur M., que como se ha casado conmigo, está atrapado cual rata en un cepo. Los dos médicos parecían un poco perplejos. Radio Chica me ha contado cómo van a churruscarme en el programa popcorn de un enorme microondas radioactivo, y cómo me va a dar la impresión de estar pasando el verano en Fukushima. "¡Venga p'alante!" le he respondido, entusiasta. (En realidad he dicho "Bring it on!", que es lo mismo). Estaba tan contenta y aliviada que si me hubieran dicho que además de recibir una patada en la boca tendré que leerme todos los libros escritos por Paulo Coelho, hubiera accedido sin rechistar. Bueno, igual a lo de los libros de Coelho no, pero a la patada sí.

Esto ya no va a durar mucho, señora. Ya le digo, veo la luz. Creo que es la del baño, he debido olvidarla encendida.

Ahora en serio: la cantidad (y la calidad) de personas que se han alegrado sinceramente conmigo es bastante maravillosa .  No sólo tengo la mejor clase de tumor posible, también tengo la mejor clase de amigos.

Abrazos y besos jubilosos.

jueves, 9 de junio de 2011

El exorcista

Paciente Impaciente está sentada frente al ordenador, intentando llamarse al orden y escribir algo en su blog de tetas, al que tiene bastante olvidado. Monsieur M. le ha hecho notar más de una vez que llamarlo así delante de terceras personas ajenas a la compleja vida interior de los habitantes de la barraca montrealesa suena un poco raro, y que si no le creo, que busque en Google "blogs de tetas" y vea lo que sale en los resultados. Paciente Impaciente piensa que si cualquiera que se ponga a buscar blogs de tetas en el ciberespacio cae por accidente en su blog, se lo merece, las tetas son multidimensionales y un verdadero entendido debería familiarizarse con los tumores y otros baches que puede encontrarse en el camino al placer.

No vayáis a creer que Paciente Impaciente no escribe (ni en su blog de tetas ni en el otro, el que engorda) porque esté postrada en su lecho, cual dama de las camelias, retorciéndose de dolor y llevándose delicadamente a la nariz un pañuelito de encaje. No. Qué va. Como su tumor aún no ha vuelto de sus vacaciones en Florida (por lo que tarda debe de estar en Orlando, visitando Disney World), Paciente Impaciente se dedica a tiempo completo a la actividad que más tiempo le está ocupando durante este cáncer: la espera. Tampoco es una espera totalmente infructuosa, en lo que lleva desde la operación, Paciente Impaciente ha aumentado su equipo de médicos particular: además de Mentsch Surgeon, ahora cuenta con Quimio-Oncólogo, el rey de los metales pesados, y Radiochica, la oncóloga que va a encargarse de hacerle brillar en la oscuridad. Paciente Impaciente tiene su propia Patrulla X oncológica. La Oncopatrulla X, la llama ella. Todos estos docs siguen en la misma línea de todos los que ha conocido hasta ahora en el Jewish General Hospital de Montreal, son gente extremadamente encantadora y amable. La primera consulta con Radiochica le hizo sentirse particularmente vieja, esta especialista tiene los 30 recién cumplidos y una cara de 27. Debe de ser la radioactividad. Paciente Impaciente confía en que a ella le produzca el mismo efecto.

Así que ella espera, y rellena hojas con árboles genealógicos para Supergenetista, próximo fichaje para la Oncopatrulla X. Y manda currículums, algo que puede revelarse bastante útil en un futuro no muy lejano, especialmente ahora que ya sabe con bastante certeza que va a disponer de un futuro. Paciente Impaciente no sabe muy bien si es culpa del cáncer o simplemente éste le sirve de excusa estupenda, pero en las últimas semanas ha pasado por un cambio de actitud bastante sutil. Ella que solía poseer una autodisciplina marcial, ahora se dice muy a menudo -"Bof, y qué, si no lo hago." Y así a empezado a escribir menos simplemente porque no tiene ganas, y los brotes de sus tomateras que tenía que haber transplantado hace ya dos semanas sobreviven ahí, a duras penas, y los parches de escayola que le dejó el Jules en el techo de la cocina siguen a la vista, sin que haya repintado, y los recibos se le apilan sin haberlos organizado. Paciente Impaciente no se reconoce: la colada se acumula, deja libros sin terminar y hace novillos a la clase de yoga para quedarse en el parque a comer un helado, por la simple razón de que hace calor. Y se pregunta si al final las conclusiones que saca de su leve roce con su propia mortalidad se reducen a esto: en el lecho de muerte nadie dirá nunca "lamento morir sin haber puesto al día mi contabilidad", o "siento dejar este mundo sin haber lavado la ropa blanca y sin haber perdido los cuatro kilos que me sobraban". Bof.

En estas divagaciones anda ella, mirando perezosamente sitios de búsqueda de empleo, y anda imaginándose una hipotética empresa con la que nunca más necesitaría un jefe en su vida, cuando suena el teléfono. No diré que la que llama es Naturópata Alternativa, porque en este blog mis ficciones son todas reales, pero sí que confesaré que la que llama es una conocida que sirve de inspiración a dicho personaje. Bueno, a la mitad del personaje.

Paciente Impaciente: -"Oui, allô?"

Naturopesada saluda, la voz intensa y rebosante de buenas intenciones: -"Hola, llamaba para ver qué tal estás."

Paciente Impaciente, aún mirando la pantalla y siguiendo la lista de ofertas: -"Euh, pues bien, gracias. ¿Y tú?"

Naturopesada responde ofendida, casi ultrajada: -"¡Yo no soy importante, querida! La que importa ahora eres tú. Suenas bien. He estado canalizando energía toda la semana."

Paciente Impaciente levanta los ojos al cielo, muda. Suele pasarle cuando oye las palabras "canalizar" y "energía" en la misma frase. Se pregunta por millonésima vez por el oscuro pasado hippy de monsieur M., pasado que le ha dejado estas amistades residuales, y toma la resolución de que cuando llegue a casa va a pedirle que explique a su comuna que no me llamen cada vez que se les ocurra, yo qué sé, hablar con sus contactos klingones y conseguirme una cita con el doctor Spock, por ejemplo. 

Naturopesada ignora olímpicamente el silencio al otro lado de la línea, y prosigue, entusiasta: -"Te he estado mandando pensamientos de amor y sanación, especialmente durante mis cursos de chi kung."

Paciente Impaciente se sujeta el auricular en la barbilla y empieza a teclear sin remordimientos una búsqueda de recursos para trabajadores autónomos: -"Uh... ¿ah, sí?" Ella es así, tiene una confianza obsoleta y trasnochada en la ciencia en general y en la medicina occidental en particular.

Naturopesada: -"Sí. Toda la clase se unió al final, en una meditación dirigida. ¿No sentiste la energía?"

Paciente Impaciente, tecleando en busca de subvenciones: -"Estoo, no. Ayer pasé un buen rato en el metro, debí de estar sin cobertura."

Naturopesada, ligeramente ofendida: -"Te estoy hablando en serio. Ya sabes que Louis -su marido- tiene sangre india..."

Paciente Impaciente no ve muy bien dónde quiere ir a parar Naturopesada, ni le interesa mucho, la verdad. Y empieza a darle ligeramente igual que su falta de interés sea palpable desde el otro lado de la l­ínea. Desde que tiene cáncer y recibe cuarenta recomendaciones absurdas por semana, Paciente Impaciente ha empezado a relajarse bastante en lo de mantener los buenos modales. -" Pues no, no lo sabía, pero presiento que me lo vas a contar todo..."

Naturopesada, con una falta de percepción notable en alguien que trabaja tanto su energía: -"...pues sí, y el verano pasado quiso ir en busca de sus raíces y nos fuimos al desierto del Colorado a seguir ese cursillo de chamanismo con los arapahoes..."

Paciente Impaciente deja de teclear: -"Cursillo. De. Chamanismo." Repite.

Naturopesada suspira: -"Oh, sí. Nos cambió la vida."

Paciente Impaciente, temerosa de que Naturopesada se lance a explicar en detalle su cambio de vida, y bastante llena de aprensión: -"Y la relación de ese cursillo de, eh, ...chamanismo con mi cáncer es..."

Naturopesada, contentísima: -"¡Mujer! ¡Pues está claro! Te vienes este fin de semana, primero hacemos una purificación en la tienda de sudación que hemos instalado en el jardín, y luego Louis y yo te hacemos un ritual de curación. Y verás cómo terminamos con el mal que llevas dentro."

Paciente Impaciente eleva la vista al frente, por encima de la montura de las gafas, enarcando las cejas. Una visión centellea en su cerebro: Paciente Impaciente se ve a sí misma tumbada tripa arriba en un tipi, Naturopesada inclinada sobre ella con su brushing de peluquería inflado al helio, agitando un sonajero tribal con su mano bien manicurada, mientras Louis, hombre de mediana edad, suda a una distancia incómodamente cercana vestido tan sólo de un taparrabos (y sus gafas de montura dorada), canturreando para ayudarla a expulsar el mal. Y alguien toca el tamtam de fondo, por supuesto.  Hasta ahora, entre la variedad de consejos más o menos grillados que había recibido (dejar de comer azúcar, comer berros, dejar de tomar leche de soja, comer doce dátiles todos los días, beber jugo de áloe vera, meditar, tomar espárragos licuados, dejar de comer glúten, rezar novenas), ninguno le había preparado para esta oferta de exorcismo.

-"Mmh. Gracias. Pero este fin de semana no va a poder ser, voy a peregrinar al Oratorio Saint-Joseph de rodillas, desnuda y sin lentillas. Y monsieur M. va a venir conmigo para hacerme de lazarillo. Y para twitearlo en directo. Pero mira, en caso de otro cáncer, puedes estar segura de que serás una de las primeras personas a las que llame." (Las primeras serían el padre Merrin y el conejo de Pascua.)