Con unos cuantos meses de incertidumbre por delante, Paciente Impaciente ha decidido asistir a esos cursos gratuitos de yoga que le ofrece la Fundación Quebequesa del Cáncer de Mama. Una vez por semana. Además de ese curso gratuito para mujeres con pechos maltrechos (como le gusta llamarlo en una broma privada de muy mal gusto), Paciente Impaciente también asiste a otro curso de yoga (éste, de pago) con Lady D.
Paciente Impaciente confía en que esos dos cursos por semana, más alguna que otra práctica casera con los vídeos del muy suculento Rodney Yee (ex bailarín cachotas reconvertido a guru de yoga, que amuebla bastante su vida imaginaria) la pongan a levitar en breve, y que alcance el nirvana en tiempo récord. O en su defecto, la calmen un poco, mejoren su elasticidad, capacidad respiratoria y control del dolor. Mientras tanto, ella se retuerce y respira y hace el pretzel junto a Lady D., que también se retuerce, resopla de risa y respira. Los cursos de yoga tienen la ventaja adicional de alejarla del frigorífico y del horno unas horas, darle una excusa para ver a Lady D. y tomarse un tecito y viborear una vez por semana, amén de que dentro de poco cree que será capaz de teclear las entradas del blog con los pies detrás de las orejas. Paciente Impaciente no cree realmente que el yoga mejore sus posibilidades de curar el cáncer, simplemente le parece útil poder ejercitar la respiración ventral cada vez que quiere arrearle un guantazo a la enfermera desagradable de turno. Ella sabe que con esa actitud nunca llegará a fundirse con el Todo Cósmico. Y que la pueden demandar.
La primera semana del curso de yoga para mujeres despechadas Paciente Impaciente llega a la clase, dócil y silenciosa, dispuesta a salir corriendo en la pausa si alguien se pone a recomendarle tisanas, lecturas o cánticos, porque ella ya tiene su dosis máxima del tema alternativo. Para marcar un poco el tono, lleva su camiseta "Shit Happens". La monitora la saluda en esa voz aterciopelada que usan siempre las monitoras de yoga, y la obliga a presentarse al grupo un poco en ese estilo de Alcohólicos Anónimos: "Hola, me llamo Arantza y tengo cáncer de mama", ante lo cual todo el grupo responde, sonriente: "¡Hola, Arantza! Todas te queremos." La cosa empieza mal. No es por ser negativa, Paciente Impaciente no tiene nada contra la gente que cree en el amor universal, de la misma manera que cree ser una persona lo bastante entrañable como para hacerse querer (aunque no en cinco segundos), sólo que piensa que es mucho mejor si a uno le dejan expresar dicho amor cuando/y si le sale del arco del triunfo, y no por presión tribal.
Como la reticencia de Paciente Impaciente a hablar de ella misma ante el grupo es bastante notoria, y que la monitora acaba de leer su camiseta y de fruncir el ceño de forma desaprobadora ante tanta negatividad y malas vibraciones, el curso empieza sin más dilación. Las posturas y respiraciones se suceden, el grupo trabaja duro y con seriedad. Mucho mejor. Paciente Impaciente empieza a decirse que quizá -como de costumbre- se ha precipitado a juzgar, cuando en uno de los ejercicios de respiración la monitora empieza a hablar de chakras y de sus colores correspondientes, a abrírnoslos sin ni siquiera llamar antes por teléfono y a pedir al grupo que visualice su cáncer, que vea el tumor en su mente, y que imagine una bola de luz dorada que lo envuelve y lo cura. Acto seguido, y aún en la postura del loto, la monitora se lanza con ardor a una arenga en la que nos cuenta cómo numerosos cánceres y enfermedades aparentemente incurables se curan cuando uno se pone en contacto con la energía del universo y se rodea a sí mismo de un halo de luz divina. Estupennndo.
En lo tocante a la visualización, Paciente Impaciente lleva al grupo una cierta ventaja, porque ella ha tenido su tumor delante de la nariz, literalmente. Entre los dedos enguantados de Disco-Surgeon. Y no lo envolvía precisamente una luz dorada, sino... en fin, no entremos en detalles gore. Ella ha leído cosas sobre el poder de la visualización, etc. etc., pero personalmente piensa que ese poder es más o menos el mismo que cura a la gente que peregrina a Lourdes. A ella ya le gustaría ser sugestionable y mucho menos racional, pero el caso es que aún no ha contemplado la posibilidad de ir a Lourdes (ni al oratorio Saint-Joseph, la horrenda versión local). Y que la única visualización de una posible curación que le viene a la mente es que Oncólogo Competente le hurgue lo que tenga hurgarle de la forma más indolora posible, que la pasen al microondas en programa popcorn, le sacudan unas hormonas y que, con suerte, se libre de la quimio. That's all, folks.
Así que le toca sobremanera las narices que en los tiempos que corren, rebosantes de extremismos religiosos, y de occidentales iluminados que buscan una alternativa a la religión mayoritaria en su país de origen y se convierten entusiastas a cualquier otra que precise un rosario de madera, campanillas o incienso, o practican con fervor dogmático el vegetarianismo, el veganismo, el locavorismo o cualquier otro -ismo, la reducción de la huella carbónica, el comercio justo, el voluntariado internacional, el reciclaje, la meditación, el rechazo a la vacunación infantil o la puta madre que los parió a todos y pontifican sobre todo ello a cretinas educadas como yo que se muerden la lengua unas cuantas veces antes de aprovechar una pausa en el sermón para acordarse de que tienen algo en el fuego, le toca las narices, decía, que una no pueda ir simplemente a hacer yoga a un curso, para obtener ciertos beneficios, sin tener que volverse inmediatamente creyente.
Son malos tiempos para los ateos.
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* (Para los que no leen los comentarios, aquí os dejo un enlace de alguien que dice lo mismo, pero mucho mejor que yo. Cortesía de Miércoles.)